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La generación que no podía dormir por las noches

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Sociedad

[OPINIÓN] Cuando la mitad de los jóvenes de tu país están en paro y ves truncadas tus perspectivas de futuro, ni las cifras más optimistas te devuelven la tranquilidad.

Es un muy mal hábito que prácticamente lo primero que vean mis ojos al despertarse por la mañana sea la pantalla del móvil. Lo admito, pero creo que no tengo remedio. Desactivo la alarma y no puedo evitar repasar todas mis notificaciones, las noticias con las que  los diferentes periódicos nacionales e internacionales bombardean mi teléfono y me indican, mientras me deshago de las brumas de mi último sueño, cuáles son las claves del día. Hoy hay unanimidad respecto a con qué información debo acompañar el desayuno: El paro registró en 2015 una caída histórica de 678.200 personas.

Tengo tanto sueño… Pero el reloj apremia, ¿por qué no me dormí antes anoche?

Es una verdad universalmente reconocida que las preocupaciones que vamos acumulando a lo largo del día emergen a la luz de la luna, cuando nos tumbamos en la cama y pedimos a nuestra mente que se calle. Pero hay algo que aún quita el sueño en España, el sueño de una juventud a la que se le encoge el estómago al recibir datos sobre el desempleo en sus pantallas. Los eternos estudiantes, los condenados a becaría perpetua, los que pagan las penas de las políticas austeras y de la deuda. Anoche no pude dormirme temprano porque me hacía la que es ya la nueva pregunta existencial de esta generación condenada: ¿Hay vida después de la universidad?

Sí, algo nos quita el sueño en España. Parecido al hedor a podredumbre que inquietaba al Marcelo de Hamlet. El fantasma de un difunto mercado laboral vetado a los que vienen. Este año se gradúa mi promoción y lo que debiera ser una liberación y un motivo de satisfacción, es ahora la incertidumbre que se oculta detrás de nuestras ojeras. Una duda compartida en infinitas charlas en la cafetería de la facultad. “Algo más habrá que estudiar, porque trabajar no vamos a trabajar”. Acabo la carrera y me siento como cuando era pequeña y me proponía saltar en el trampolín de la piscina, que tan grande se me antojaba. El mismo vértigo, esa sensación de asomarse a un abismo. Me decían que saltara y que no pasaría nada. Ahora nadie se atreve a darme esa seguridad.

Nos han arrebatado nuestros sueños. A un 46,24% de nosotros. El paro cae, pero más hemos caído nosotros. Y quizás haya una oportunidad, por más remota que nos parezca ahora; quizás tengamos más suerte los que estamos por venir que la que tuvieron los que, antes que nosotros, apenas conseguieron llegar. Los que depositaron todas sus aspiraciones en sus estudios. Somos quizás la generación desesperanzada, la pesimista, así que perdonen si no hacemos una fiesta cuando nos dicen que las cosas van mejor. Ya les creímos cuando nos dijeron que con esfuerzo podíamos conseguir cumplir esos sueños y era mentira. Ahora nos reiremos de sus cifras con escepticismo, porque es mejor que angustiarse. Eso lo dejaremos para la noche.