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Inmigrantes chinos en Francia: al filo de la repatriación masiva

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SociedadPolítica

El primer ministro francés Nicolas Sarkozy ha repatriado ya a más de 25.000 inmigrantes ilegales en lo que va de año. Una red de profesores trata de defender a sus alumnos y a sus familias.

“Si presenta este dossier tal cual, será el siguiente en subirse a un avión hacia China”, se apresura en decir Christine, una obstinada profesora feminista, al dirigirse por encima de sus gafas a una pareja de asiáticos. “¿Lo entiende? No saben donde trabajan, no hablan francés y no declaran ingresos: van derechitos a China.” La joven levanta despacio la mirada, niega con la cabeza y sonríe. No entiende una palabra.

Cara a cara entre los profesores franceses y el ministerio del interior

Christine sale disparada de su despacho e interrumpe el trabajo de otros colegas en la sala contigua. “No tienen ni idea del peligro en el que se encuentran”, exclama furiosa. Desde hace unos meses, los activistas de Réseau Education Sans Frontières (RESF), una ONG que lucha por los derechos de los alumnos escolarizados extranjeros en Francia, han tomado el control de las oficinas vacías del ayuntamiento. Aquí, en el distrito 13 de París, ayudan a los alumnos de la comunidad china a quedarse en Francia. El profesorado, verdadero especialista en lidiar con el papeleo administrativo, asesora a las familias para eludir la repatriación.

El peligro para estas familias es constante. El ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, ha deportado ya a 25.000 extranjeros en lo que va de año. Las familias con hijos que no cumplían con los criterios del derecho de residencia tenían hasta el final de curso (el 4 de julio) para regularizar su situación. Desde entonces, muchos viven con el temor de ser arrestados por las autoridades. Ante la perspectiva de ver cómo repatriaban a miles de escolares, RESF ha puesto en marcha una red de profesores y activistas para organizar manifestaciones y ayudar a las familias a obtener sus papeles de residencia.

Traduciendo amenazas

Hsi Wang Mu y Chen llegaron a Francia en 2003 desde la provincia china de Wenzhou, al sur de Shangai. Ambos trabajan en el barrio de Belleville, en París, confeccionando pantalones y camisetas. Christine investiga entre sus papeles algo desanimada. “¡Ah, aquí están sus pasaportes”, exclama ante un par de fotocopias arrugadas, “necesitaremos copias de todas las hojas para demostrar que no han abandonado suelo francés desde entonces”. La joven extranjera niega con la cabeza y añade: “Ya no tenemos los pasaportes. El crío…”, dice, mientras gesticula con las manos. Catherine la mira fijamente y ríe de pronto al adivinar la verdad inconfesada. “¡Aaah!, claro, el niño los rompió”. Jean-Jacques, otro activista con gruesas gafas, nos explica que “muchos de estos inmigrantes recién llegados viven bajo la autoridad de un líder chino local en pequeñas comunidades y rara vez hablan francés”.

“Necesitamos un intérprete”, anuncia Chritine dejando las gafas sobre la mesa. La habitación va quedándose más tranquila y en el insoportable bochorno del verano lo único que se escucha son las aspas cansadas de un ventilador colocado en un rincón de la oficina. Anita, una pelirroja entusiasta, se levanta súbitamente. “Espera, voy a por Hun”, dice con voz animada mientras marcha a la estancia contigua en donde otra familia prepara sus papeles para quedarse en el país. Los papeles, documentos oficiales y fotocopias, se apilan sobre la mesa bajo la despierta mirada de Annie, otra activista más. Se vuelve hacia Hun, un chico de 12 años que flota dentro de una camiseta y un pantalón muy holgados de color rojo. Se está rascando el brazo cuando Annita le tira del pantalón. Catherine levanta la vista de nuevo y le dice: “Explícales que si presentan este dossier a las autoridades, les mandarán de vuelta a China”. Con calma y concentración el chico va traduciendo. Luego, la pareja hace gestos con la cabeza e intercambian unas cuantas palabras.

El tedio del papeleo, el aburrimiento que inspira todo lo que tiene que ver con la administración, contrasta de pleno con lo que está en juego. El riesgo de repatriación es muy real a pesar de la paciencia con que se lo toman estas familias chinas. Hace poco, dos jóvenes, Fengxue Cai y Zhiyian Ni, dos alumnos del liceo técnico Bois de Paris, fueron arrestados por la policía y sometidos a arresto domiciliario. Ahora, esperan a ser repatriados a Shangai. Según Ricard Moyan, miembro de RESF, “los inmigrantes repatriados a China son conducidos de inmediato a campos de trabajos forzados”, y es muy difícil volver a seguirles la pista.

Hun ha regresado a la sala en la que estaba antes y en la que otra profesora, Annie, bucea en los papeles de su tía. Sus posibilidades de obtener la residencia son mayores de lo que se pensaba al principio. Libro de Familia, datos de cuenta bancaria, pasaportes en regla, certificados de escolaridad, resguardos de declaraciones de impuestos…, es afortunada.

Papeleo

La tía de Hun, Da-Xia me muestra las fotografías de sus dos hijos, Marjorie y Remi. Marjorie levanta la cabeza de pronto, como cogida por sorpresa, con los labios manchados de dulce. Remi nos mira fijamente y con la seriedad de un pequeño Buda. Al contrario que Hun, estos niños han nacido en Francia. Da-Xia cuenta que vino a este país por motivos económicos, “el dinero en China no sirve, aquí hay trabajo y toda mi familia y mis primos estamos aquí’. ¿Cómo llegó? Su pasaporte nos revela parte de su historia. Escapó de China, desapareció en el Líbano y reapareció en Surinam. ¿Y entonces? “Cogimos un coche y a conducir”, nos desvela. Los profesores estallan en carcajadas, mientras Da-Xia agita la cabeza con énfasis, “sí, conducimos durante meses y meses”. Observo a Hun y sigo preguntándome cómo ha llegado a Francia. “¿Tu hermana también tomó la misma ruta?”, le pregunto. “No, vino por otros medios”, contesta Da-Xia. “¿Por qué otros medios?”, inquiero. “Medios distintos”, repite tranquilamente mientras dirige la mirada a otra parte.

Christine sigue trabajando en el dossier de Chen y Hsi Wang, “Hun, ¿cómo dices ‘cheque al portador’ en Chino?, se piensan que les hablo de sus uniformes”. Con las manos colocadas sobre sus rodillas, Hun medita un momento su respuesta y luego decide callarse. Con doce años, el concepto de “cheque al portador” no le queda aún claro. Cuando le pregunto si desea volver a China, Hun lo tiene claro: “Antes sí, pero hoy prefiero quedarme en Francia con mis amigos”. Annie levanta la vista de los papeles: “Ya casi hemos terminado”, anuncia algo más relajada. En la sala contigua, Chen y Hsi Wang Mu también se levantan para irse; deberán regresar la semana que viene con algún amigo que hablé francés. Annie les ha escrito la lista de los documentos que deben aportar y completar. Sonríe, la jornada de trabajo está apunto de acabar.

Translated from Translating threats: Chinese immigrants fight to stay in France