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Hungría: del comunismo goulash a las hipotecas en francos suizos

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PolíticaEU In Motion: BudapestEU In Motion

Hun­gría vivió una dura tran­si­ción de su mo­de­lo par­ti­cu­lar de co­mu­nis­mo suave a una de­mo­cra­cia ca­pi­ta­lis­ta en apenas una dé­ca­da. Tras duros pro­gra­mas de ajus­te, el país cre­cía al em­pe­zar el mi­le­nio, pero el go­bierno dis­pa­ró la deuda mien­tras miles de fa­mi­lias fir­ma­ban hi­po­te­cas en di­vi­sa ex­tran­je­ra. Un ne­go­cio que les lle­va­ría a la ruina.

Qui­zás la pri­me­ra cosa que sor­pren­de al via­je­ro des­pre­ve­ni­do al lle­gar a Bu­da­pest sea el des­ven­ci­ja­do tren so­vié­ti­co que aún re­co­rre la línea 3 hasta el mismo co­ra­zón de la ca­pi­tal hún­ga­ra. A lo largo del tra­yec­to, sólo los cen­te­na­res de anun­cios que ocu­pan el lugar de la vieja pro­pa­gan­da po­lí­ti­ca nos re­cuer­dan el casi cuar­to de siglo que va desde la caída del telón de acero y la del mo­de­lo pe­cu­liar de es­ta­do so­cia­lis­ta hún­ga­ro: el co­mu­nis­mo gou­lash.

"Éra­mos el cuar­tel más feliz del orbe so­cia­lis­ta", apun­ta el pro­fe­sor Sándor Gyula Nagy, ex­per­to en Estudios Europeos y vi­ce­de­cano de la Fa­cul­tad de Cien­cias Eco­nó­mi­cas de la Uni­ver­si­dad Cor­vi­nus. En lo eco­nó­mi­co, el mo­de­lo hún­ga­ro fue como el plato tra­di­cio­nal: hubo un poco de todo. Se dio im­por­tan­cia al ac­ce­so a los bie­nes de con­su­mo y se trató de in­te­grar cier­tos me­ca­nis­mos de mer­ca­do en una eco­no­mía pla­ni­fi­ca­da. Había pe­que­ños ne­go­cios pri­va­dos en el sec­tor ser­vi­cios, se es­ti­mu­ló el co­mer­cio ex­te­rior y cre­cie­ron las ex­por­ta­cio­nes a ambos lados del telón.

Pero al caer el muro aquí tam­bién lle­ga­ron los cas­co­tes. Hun­gría per­dió el 70% de sus ex­por­ta­cio­nes y el paro se dis­pa­ró hasta el 12% en un solo año. La quie­bra del te­ji­do in­dus­trial pro­pi­ció una im­por­tan­te caída del PIB, el pre­cio de los bie­nes bá­si­cos se dis­pa­ró por la re­ti­ra­da de las sub­ven­cio­nes y mucha gente se vio en si­tua­ción de ne­ce­si­dad. "El go­bierno em­pren­dió la re­for­ma del mer­ca­do con la li­be­ra­li­za­ción de las em­pre­sas es­ta­ta­les, aun­que con bas­tan­te co­rrup­ción. Sobre todo había que afron­tar la deuda ex­ter­na, que era al­tí­si­ma", re­la­ta Nagy.

Tran­si­ción, pri­va­ti­za­ción... ¡Shock!

El con­ser­va­dor Józ­sef An­tall em­pe­zó un pro­ce­so de tran­si­ción y ajus­te duro que cul­mi­na­ría con los dos go­bier­nos su­ce­si­vos. El pri­me­ro, pre­si­di­do por Gyula Horn -quien había li­de­ra­do la trans­for­ma­ción del par­ti­do único a la so­cial­de­mo­cra­cia oc­ci­den­tal- pro­fun­di­zó en la aus­te­ri­dad me­dian­te el pa­que­te Bo­kros, bajo la tu­te­la del FMI. "Con­sis­tió en la apli­ca­ción de la doc­tri­na del shock, sin más", ex­pli­ca el pro­fe­sor Nagy. Se ace­le­ró la pri­va­ti­za­ción, ins­tau­ra­ron las tasas aca­dé­mi­cas, hubo re­cor­te de gasto so­cial, de­va­lua­ción y pér­di­da de in­gre­sos ge­ne­ra­li­za­da. Fue el pro­gra­ma más drás­ti­co jamás apli­ca­do en Hun­gría.

La de­re­cha, re­cién ar­ti­cu­la­da al­re­de­dor del ac­tual pri­mer mi­nis­tro, Vik­tor Orbán, hizo leña de la enor­me im­po­pu­la­ri­dad del pa­que­te y ac­ce­dió al go­bierno en 1998. Pero apar­te de re­ver­tir las me­di­das más im­po­pu­la­res aun­que eco­nó­mi­ca­men­te irre­le­van­tes, no se to­ca­ron las lí­neas maes­tras del go­bierno an­te­rior. Por pri­me­ra vez la eco­no­mía hún­ga­ra cre­cía y em­pe­zó a atraer ca­pi­tal ex­tran­je­ro.

Cuan­do el pri­mer go­bierno Orbán se hun­dió en las elec­cio­nes de 2002 entre acu­sa­cio­nes de con­cen­tra­ción de poder y co­rrup­ción, Hun­gría había pa­ga­do parte de su deuda, re­du­ci­do la in­fla­ción y cre­cía a un ritmo sos­te­ni­do. Los so­cia­lis­tas vol­vie­ron al poder en un mo­men­to de bue­nas pers­pec­ti­vas po­lí­ti­cas y eco­nó­mi­cas. La en­tra­da en la UE se pro­du­jo sólo dos años des­pués y se con­tem­pla­ba la adop­ción del euro para 2008 como má­xi­mo. El país iba bien.

Hi­po­te­cas en fran­cos: en­ton­ces pa­re­cía buena idea

Y se pro­du­jo algo in­só­li­to. En 2003 la in­ci­pien­te clase media em­pe­zó a tomar prés­ta­mos en euros. "Todo em­pe­zó en un banco aus­tría­co", re­la­ta Gábor Szie­gel, en aquel mo­men­to eco­no­mis­ta sé­nior en el Banco de Hun­gría y ahora con­sul­tor en el sec­tor pri­va­do. "Los in­tere­ses en euros es­ta­ban en torno al 4% mien­tras que en fo­rin­tos el pre­cio era más alto, cerca del 10%. Al­guien pensó que era una buena idea ven­der­los a clien­tes hún­ga­ros; pri­me­ro para el coche, luego lle­ga­ron las hi­po­te­cas".

A par­tir de 2004 y hasta el es­ta­lli­do de la cri­sis mun­dial, el fran­co suizo sus­ti­tu­yó al euro en el ne­go­cio de los cré­di­tos y las hi­po­te­cas. "El cam­bio con el fo­rin­to era fa­vo­ra­ble, el mar­gen de be­ne­fi­cio era mayor y al­guien pensó que por qué no apro­ve­char­lo", ex­pli­ca Szie­gel. Así fue como miles de fa­mi­lias –el 10% de la po­bla­ción to­tal- de­ci­die­ron dar el gran salto: com­prar el coche, darse un ca­pri­chi­to o salir por fin de las vi­vien­das de pa­ne­les so­vié­ti­cas. Pero la cri­sis dio al tras­te con los pla­nes de en­tra­da en la eu­ro­zo­na. En­tre­me­dias el go­bierno so­cia­lis­ta había in­cre­men­ta­do enor­me­men­te el gasto pú­bli­co al calor de la buena co­yun­tu­ra eco­nó­mi­ca y había vuel­to a en­deu­dar el país hasta las cejas.

La vuel­ta a la aus­te­ri­dad tras el es­cán­da­lo que sig­ni­fi­ca­ron las de­cla­ra­cio­nes del pri­mer mi­nis­tro so­cia­lis­ta Fe­renc Gyurc­sány en 2006, en que re­co­no­cía haber men­ti­do para ganar las elec­cio­nes, fue un duro golpe a las fa­mi­lias afec­ta­das por los cré­di­tos. La de­va­lua­ción del fo­rin­to a par­tir del inicio de la cri­sis du­pli­có su deuda, ha­cién­do­la im­po­si­ble de asu­mir para la ma­yo­ría de ellas, menos con un suel­do medio de 350 euros. La pa­ra­do­ja es evi­den­te: a pesar de con­ser­var el con­trol de la po­lí­ti­ca mo­ne­ta­ria, la de­va­lua­ción ha em­po­bre­ci­do a gran parte de la po­bla­ción.

¿Quién fue el res­pon­sa­ble? El profesor Nagy no duda: "Todos. Los ban­cos que no ex­pli­ca­ron los ries­gos, el go­bierno que no hizo de­ma­sia­dos es­fuer­zos para re­gu­lar esto y los ciu­da­da­nos que no re­pa­ra­ron en los ries­gos". Gábor Szie­gel se mues­tra de acuer­do con bas­tan­tes ma­ti­ces. "Yo no creo que los ban­cos su­pie­ran que era malo. El mer­ca­do de di­vi­sas y el fran­co en con­cre­to se había man­te­ni­do es­ta­ble du­ran­te casi 15 años; nadie podía pre­ver el res­ca­te grie­go, que pro­pi­ció la com­pra de bonos en el mer­ca­do se­cun­da­rio e hizo va­riar los tipos de cam­bio".

Pero des­ta­ca un hecho esen­cial que hace de éste un caso único: "Lo que fue una lo­cu­ra y es la clave de todo es el paso a las hi­po­te­cas en fran­cos. Por­que al menos con los cré­di­tos en euros po­días in­fluir en una de las va­ria­bles, que es la tasa de cam­bio con el fo­rin­to. Pero si te hi­po­te­cas en fran­cos ligas tu eco­no­mía a dos tipos de ries­go en los que no pue­des in­fluir: la fluc­tua­ción del fran­co fren­te al euro y la de éste fren­te al fo­rin­to", ad­mi­te.

La so­lu­ción pasa por Eu­ro­pa

¿Cómo evi­tar que esto se re­pi­ta? Es di­fí­cil, pero ambos eco­no­mis­tas coin­ci­den en lo fun­da­men­tal. Hace falta coor­di­na­ción y acuer­dos entre todos los miem­bros de la UE en po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca. "No es tan fácil re­ti­rar un pro­duc­to de este tipo del mer­ca­do; de hecho, el Banco de Hun­gría se opuso, pero sólo pudo dar la voz de alar­ma. Si prohí­bes el pro­duc­to a nivel na­cio­nal, los ban­cos mul­ti­na­cio­na­les sim­ple­men­te se lle­van las bases de datos de los clien­tes hún­ga­ros a su sede en otro país y te­ne­mos el mismo pro­ble­ma. Esto sólo se puede evi­tar con una po­lí­ti­ca ma­cro­pru­den­cial común", ase­gu­ra Szie­gel.

No obs­tan­te, Nagy se re­ve­la es­cép­ti­co sobre las po­si­bi­li­da­des de la mo­ne­da pro­pia. "Quien pien­se que un es­ta­do pe­que­ño puede con­tro­lar su eco­no­mía con la tasa de cam­bio, no sabe en qué mundo vive. Eso lo con­tro­la el mer­ca­do. Por eso hace falta avan­zar en una mejor in­te­gra­ción eu­ro­pea". Cu­rio­sa lec­ción de un país en el que la pa­ra­do­ja pa­re­ce ser el es­ta­do na­tu­ral de las cosas. Tal vez esa es la razón por la que en la plaza de la Li­ber­tad, en pleno co­ra­zón de Bu­da­pest, el viejo mo­no­li­to a los hé­roes del Ejér­ci­to Rojo con­vi­ve a es­ca­sos cien me­tros con una es­ta­tua de Ro­nald Reagan. Una ima­gen digna del mejor gou­lash.

Este artículo forma parte de una edición especial dedicada a Budapest llevada a cabo en el marco del proyecto eu in motion, lanzado por cafébabel con el apoyo del parlamento europeo y de la fundación hippocrène.