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Guerra y paz por una papeleta electoral

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Ayer, 30 de julio, los congoleños eligieron a su Jefe de Estado y a 500 diputados en unos comicios muy vigilados en un país arrasado por los conflictos y sin elecciones desde su independencia en 1960.

La libertad de prensa suele ser un buen barómetro de la salud política de un país. El 6 de julio, el periodista Bapuwa Mwamba se preguntaba en el diario Le Phare “por qué en el Congo se ha bloqueado la transición”. Una pregunta que no gusta. Fue asesinado dos días más tarde, sólo unos meses después que su colega Franck Ngyke. En junio, una periodista francesa fue expulsada del país. A medida que se acercaban unas elecciones arriesgadas, origen de entusiasmo y temor al mismo tiempo, las ONG se movilizaron y lanzaron una llamada a los dirigentes de la República Democrática del Congo (RDC).

El 29 de junio, fecha de la apertura oficial de la campaña electoral, había 33 candidatos a la presidencia y casi 9.000 para las elecciones legislativas. En Kinshasa, la capital, una media de 50 personas se disputan cada escaño. Algunos sospechan que esta marea de candidaturas ha sido orquestada por el joven presidente saliente, Joseph Kabila, para aplastar mejor a sus adversarios. Mientras que el partido histórico de la oposición, la UDPS, ha pedido el boicot de los comicios, Kabila quiere aparecer como el hombre providencial, apoyado por los Estados Unidos y único capaz de reunificar al país.

El gran desastre

La RDC está dividida. El rey Leopoldo II no se equivocó al hacer de ella su “propiedad privada” en 1885: con un territorio tan extenso como Europa Occidental y generosamente provisto de recursos naturales (diamantes, petróleo, cobre, cobalto, oro…), el Congo forma parte de esos “países ricos donde se vive muy mal”, como lo recuerda el antiguo señor de la guerra Azarias Ruberwa. La esperanza de vida al nacer no supera los 42 años y tres cuartas partes de la población viven con menos de un euro al día. En las provincias de Kananga e Ituri, la situación en cuanto a alimentos es dramática. En estas condiciones, la supervivencia cotidiana es la preocupación principal, muy por delante de las consideraciones electorales.

Según la ONG Oxfam, “cada día mueren 1.200 personas por causa de los conflictos” en el Congo. Para la ONU, es la “mayor catástrofe humanitaria del mundo”. A pesar del acuerdo de paz firmado en 2002, los rescoldos del conflicto congoleño no se han extinguido. No se puede acabar de un plumazo con una guerra que ha durado oficialmente siete años, de 1996 a 2003, causado cuatro millones de víctimas e implicado a nueve países extranjeros. Las milicias locales, los Mai Mai, continúan en el norte y este del país. El Alto Comisariado para los Refugiados (ACR) calculó que había 1,6 millones de congoleños desplazados. En Kananga, desde noviembre de 2005 decenas de pueblos han sido incendiados y las cosechas, saqueadas, lo que ha provocado el éxodo de 170.000 habitantes. Algunos fueron ejecutados por el simple hecho de tener una tarjeta electoral, sinónimo de traición para los rebeldes.

Un país hecho pedazos

El desgarro del Congo hunde sus raíces en la época colonial. Desde su independencia en 1960, las provincias de Kananga y Kasai del Sur han intentado independizarse. En plena guerra fría, el Congo se convirtió en un campo de enfrentamientos entre los soviéticos, que apoyaban al líder independentista Lumumba, y occidentales, que por defecto se aliaban con su rival Mobutu. Tras el asesinato de Lumumba, Mobutu gobernó en solitario durante 31 años el país, confiriéndole un nuevo nombre –Zaire-, hasta su derrocamiento por Laurent-Désiré Kabila, en 1996.

En la actualidad, una triple línea de fractura divide al país. La primera enfrenta al hijo de Kabila, Joseph, y las milicias rebeldes. La segunda es étnica y se materializa en una persecución de los tutsis congoleños concentrados en el este del país. La tercera es una fractura inter-regional, con Ruanda y Uganda apoyando a los rebeldes y Zimbabwe, Angola y Namibia del lado de Kabila. La intervención de países vecinos se explica por el efecto de bola de nieve de las tensiones étnicas, que se extienden más allá de las fronteras, y por el interés por las riquezas naturales del país.

Desde los acuerdos de Sun City en 2002, Joseph Kabila encabeza un frágil gobierno de coalición compuesto por cuatro vicepresidentes provenientes de las facciones rebeldes. La administración interina cuenta con 50 ministros, pero Kabila dirige además un equipo de 200 personas, que la oposición considera un gobierno paralelo.

Entre asistencia y autogestión

La comunidad internacional quiere reparar su inercia frente al conflicto más sangriento desde la Segunda Guerra mundial. La ONU ha enviado a la RDC su mayor misión de mantenimiento de la paz, la MONUC, con 18.600 soldados y policías. La Unión Europea le ha sumado una misión militar, bajo los auspicios de Alemania. A principios de año, unos cuarenta países y un centenar de ONG se reunieron en Bruselas para poner en marcha el Plan de Acción Humanitaria para la República Democrática del Congo. Esa mesa redonda debía permitir recoger unos 680 millones de dólares para financiar 330 proyectos de ONG aprobados por Naciones Unidas. Tan sólo se reunieron 156 millones. Decepcionado, Jan Egeland, el coordinador de asuntos humanitarios de Naciones Unidas, habló de una “mancha en la conciencia internacional”.

Sin esperar a la ayuda internacional, la sociedad civil congoleña se ha movilizado mucho con vistas a las elecciones. La inscripción en las listas de electores fue para muchos la ocasión de conseguir los documentos de identidad. En los pueblos, las mujeres se reunieron para aprender algunos rudimentos de lectura y escritura y prepararse mejor para su deber electoral. En ese país, donde el Estado se encuentra debilitado desde hace más de 40 años, la población no espera nada de los poderes públicos y ha aprendido a autogestionarse, hasta el punto de vigilar escrupulosamente que se respete el principio de consolidad. Ayer, 3 millones de congoleños no pudieron votar a causa de ese concepto que resume en sí mismo el espíritu de esta campaña, que olvida las cuestiones sociales y de seguridad para enfocarse en la identidad.

Translated from Guerre et paix pour un bulletin de vote