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Gobiernos contra opiniones públicas

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Default profile picture Marion Cassabalian

La división de Europa sobre la cuestión iraquí favorece a las viejas clases dirigentes nacionales. Mientras tanto, la reforma de la PESC se estanca en los bancos de la Convenciòn.

Europa está dividida. Esta parece ser la percepciòn comùn sobre la posiciòn de los Quince a propòsito de la crisis iraquì. Y ello a pesar de aquella improbable unidad teatralizada durante el Consejo Europeo extraordinario del 17 de febrero, cuyas ambiguas conclusiones han sellado, una vez màs, el triunfo del compromiso diplomàtico màs allà de las divergencias de fondo. “Europa està unida” fue el grito (grotesco e ignorado) que lanzò el Presidente de la Comisiòn Romano Prodi aquel dìa.

Divide et impera

Pero haber brecha, hayla, y empezò a abrirse mucho antes. Justo después de las pomposas manifestaciones de Versalles con las cuales, el 22 de enero, Francia y Alemania celebraban 40 años de una amistad determinante para la construcciòn europea, fue de hecho Donald Rumsfeld, el secretario americano de Defensa, quien abriò el vals con un espectacular sentido de la oportunidad. Segùn él, Parìs y Berlìn eran los representantes de una “vieja Europa” descreditada por su inùtil divergencia con Estados Unidos, que no tiene nada que ver con la “nueva Europa”, reluciente, dinàmica y –lo màs importante- dispuesta a inclinarse ante las demandas de los EEUU.

El dìa 30 del mismo mes, la “new Europe” en persona respondìa a la llamada. Con una carta enviada a la prensa de medio mundo, los dirigentes de España, Gran Bretaña, Italia, Dinamarca y Portugal, por un lado, y Polonia, Repùblica Checa y Hungrìa por otro, resaltaban su apoyo de principio a la lìnea de Washington a propòsito de Irak.

Pero el despliegue de la Europa “americana” no terminaba ahì. El 6 de febrero le tocaba al grupo de Vilnius (1) que, con una carta –preparada, irònicamente, antes del discurso en el que Powell presentò el mismo dìa las “pruebas” contra Saddam- declaraba su apoyo a la argumentaciòn de la Administraciòn Bush.

Pero la hora de la verdad llegò el 14 de febrero en el Consejo de Seguridad. En aquella ocasiòn, se confirmò la divergencia entre España y Gran Bretaña por un lado, únicos miembros del Consejo, junto con los Estados Unidos, que apoyan una eventual resolución que autorice el uso de la fuerza contra el régimen iraquì, y Francia y Alemania, por el otro, firmemente opuestas a una resoluciòn de esta ìndole, junto con todos los otros miembros.

Europa està pues dividida y la Casa Blanca puede esperar obtener el apoyo europeo sin el cual la gestiòn del Irak post-Saddam (reconstrucciòn, inversiones, refugiados, etc.) podrìa convertirse en algo aùn màs peligroso que el Irak actual.

Pero, mientras que la afirmaciòn de la clàsica polìtica caseriana del divide et impera està totalmente en consonancia con la tradicional Realpolitik americana, la divisiòn de los gobiernos europeos choca con la espectacular unanimidad de la opiniòn pùblica de la (¿vieja o nueva, Sr. Rumsfeld?) Europa.

Segùn una encuesta reciente, de hecho, el 80% de los ciudadanos europeos son “contrarios a una intervenciòn militar de los Estados Unidos en Irak sin el aval de la ONU”. La encuesta, realizada sobre una muestra de 15.000 personas en 30 paìses del continente, indica también que el nùmero desciende ùnicamente seis cifras si se tienen ùnicamente en cuenta las opiniones pùblicas de los paìses candidatos, considerados por muchos como “nuevos, rampantes caballos de Troya de Washington en Europa” (2), y en todo caso, se estabiliza alrededor del 78% si consideramos todos los paìses que formaràn la opiniòn pùblica europea en 2004.Y ¿còmo no tener en cuenta los cinco millones de ciudadanos que han abarrotado las calles de Europa el 15 de febrero para protestar contra la eventual guerra en Irak?

En resumidas cuentas, la Uniòn Europea està màs unida que nunca. Los dirigentes son los que no siguen el ritmo.

¿Intereses comunes?

¿Còmo explicar entonces este crònico desfase entre las posiciones de muchos Estados y sus opinones pùblicas? A dìa de hoy es pràcticamente imposible para un paìs europeo definir de manera autònoma su propia polìtica exterior sobre una cuestiòn de vital importancia para Washington. La pregunta que se plantean los Estados nacionales en estos casos no es si una acciòn es o no conforme a sus intereses propios, sino si es necesaria o no para alinearse con los Estados Unidos, es decir para servir los intereses de estos.

Con 130.000 militares aùn en el Viejo Continente y 150.000 ya dispuestos alrededor del régimen de Bagdad, los EEUU se mantienen en efecto como la potencia regional, al mismo tiempo en Eropa y en Medio Oriente. Gran Bretaña, España e Italia –y toda la “nueva Europa”- deben a Estados Unidos, y no a la UE, su seguridad nacional. Asì como la mayorìa de los otros miembros de la Uniòn.

Y si un Estado europeo consigue desmarcarse de Washington, es o bien porque ha conseguido conservar un mìnimo de soberanìa en el àmbito de la defensa, como Francia, que incluso, en el momento oportuno, non dudarà en enrolarse en la coaliciòn que se està formando ya para determinar los nuevos equilibrios de la posguerra; o bien, como es el caso de Alemania, por meras razones de polìtica interna, puesto que Schröder debe su supervivencia polìtica al mantenimiento de esa posiciòn pacifista que le ha valido la fràgil victoria de octubre pasado.

Pero hablar de los diferentes grados de dependencia respecto a Estados Unidos no implica hablar de verdaderas divergencias de intereses. En realidad, los intereses de los diferentes Estados europeos en Oriente Medio son convergentes. Europa es, en efecto, con gran diferencia, màs vulnerable que Estados Unidos respecto a la inmigraciòn ilegal proveniente del Mediterràneo y a los flujos de refugiados, màs dependiente aùn que ellos del petròleo de la regiòn y gravemente amenzada por redes terroristas que, precisamente en Europa, han encontrado, para retomar la denominaciòn que se da a una de las màs tristemente conocidas, su “base”.

Por lo tanto, Europa no puede sino rechazar la hipòtesis de otra guerra en una regiòn ensangrentada desde hace medio siglo por un conflicto israelo-palestino terriblemente costoso para a Uniòn. Una hipòtesis cuyos riesgos son explicitamente retomados por las conclusiones del Consejo Europeo del 17 de febrero, que constituye incluso el primer texto en el que la UE evoca la posibilidad de recurrir a la fuerza, aunque sea como ùltima posibilidad.

Pero, entonces, ¿porqué la UE no habla con una sola voz? Aparte del atlantismo, el problema es institucional. La PESC no funciona porque se basa en una estrcutura esencialmente intergubernamental. Una estrcutura que, por lo tanto, tiende a acentuar las diferencias nacionales que, tanto en la crisis iraquì como en el conflicto israelì, no son fruto de genuinas divergencias de fondo, sino de una diversidad de peso especìfico de cada cancillerìa en las relaciones con Washington. La divisiòn internacional es la plaga de la UE y cuerno de la abundancia para Estados Unidos.

Ciertamente podrìa responderse que ahí està la Convenciòn. Pero resulta que, en medio de la indiferencia general, su 7° grupo de trabajo sobre la “Acciòn exterior” ha dado a conocer el 16 de diciembre pasado un Informe Final que, sin proponer mucho màs que algùn que otro principio fundador para el futuro “Tratado constitucional” (sic), se limita a evocar la fusiòn de las actuales funciones del Representante para la PESC y del Comisario de Relaciones Exteriores.

Pero lo que la PESC necesita no es màs confusiòn de poderes. Segùn Schumpeter, las instituciones equilibradas se basan en una distinciòn clara y precisa de los poderes de acciòn y de los de control. Està claro que el òrgano europeo capaz de actuar en polìtica exterior sobre la base de una legitimidad, aunque sea indirecta, de las urnas (como han propuesto Francia y Alemania en la Convenciòn), no puede ser sino la Comisiòn (3), y que los poderes de control deberìan ser atribuidos a un parlamento bicameral que incluya el actual Consejo y un Parlamento Europeo cuyos miembros sean al fin dotados de esa funciòn, de la que aùn hoy estàn escandalosamente desprovistos: el derecho de iniciativa legislativa. Tal soluciòn “democràtica” està, por el momento, a años luz de los borradores que Giscard d’Estaing tiene entre manos. Pero deberìa ser el punto de partida para hacer una PESC màs eficaz, que ademàs es por ahora, ilegìtima.

La “nueva Europa” es un artificio alejado de la realidad de la opiniòn pùblica europea. Es heredera de una anacrònica e inùtil divisiòn institucional mantenida en vida, culpablemente, por clases dirigentes que temen ser apartadas por una aùn, desgraciadamente, remota democratizaciòn de las instituciones europeas.

(1) Albania, Bulgaria, Croacia, Repùblicas Bàlticas, Macedonia, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia.

(2) Véase Adriano Farano, “El Atlàntico al Este” en “Ampliaciòn: objetivo 2004”, café babel, 24 octubre 2002.

(3) En la propuesta franco-alemana no se propone, sin embargo, en lo màs mìnimo, otorgar a la Comisiòn el poder de definir la PESC.

Translated from I governi contro le opinioni