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Europa y la angustia del peligro amarillo

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Default profile picture fernando garcía

"Cuando China se levante, la tierra temblará", decía Napoleón, quien no parecía temer a nada ni a nadie. Y es que el miedo que China inspira a Occidente no data precisamente de ayer.

En el París de mayo de 1968, los maoístas, numerosos y organizados tras la figura de Jean-Paul Sartre, hicieron tambalear la Francia del general De Gaulle: en aquel año de las "barricadas" fue el pensamiento revolucionario salido del marxismo-leninismo el que, de Nueva York a Praga, redescubrió los preceptos del "Gran Maestro", con el objetivo de renovar sus medios de actuación contra el capitalismo. Una época donde "el peligro amarillo" se teñía de rojo. China, la hermana pequeña de la URSS y segunda generación de un comunismo tendido a los pies del estalinismo, amenazaba entonces con hundir las bases de la sociedad occidental, poniendo de nuevo al día la lucha de clases, aureola de una nueva moral, a los ojos de toda una juventud dispuesta a tomar la calle para el asalto.

Diabólico capitalismo chino

Pasa el tiempo, y las costumbres cambian. Una ola de pánico barrió la Unión Europea el pasado enero como consecuencia de la supresión de los Acuerdos Multifibras suscritos en el marco de las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que ponía punto y final a las cuotas impuestas por los 25 a las importaciones del textil chino. Peter Mandelson, Comisario europeo de Comercio declaraba en abril de 2005: "hay razones para estar preocupados, Europa no puede quedarse de brazos cruzados".

Este constante temor al imperio chino ha experimentado sobresaltos irónicos: enemigo declarado del capitalismo occidental hace 30 años, es ahora el monstruo emergente de ese mismo capitalismo lo que hace que China estremezca a toda Europa. Dirigida en la actualidad por el brazo de hierro de una administración comunista de la que sólo ha quedado el nombre, convertida a los principios de la economía de mercado, China encarna la imagen terrorífica de un orden ultra-capitalista globalizado orientado hacia el "todo por el beneficio", en detrimento de los principios democráticos más elementales, del respeto a los Derechos Humanos y de las condiciones de trabajo de los asalariados.

Los medios, entre críticas y celebraciones

Si China sufre regularmente el asalto de críticas que concentran sobre ella todas las inquietudes y los males imputables a la globalización, es necesario constatar que suscita también los elogios de los comentaristas que alaban sin tapujos sus logros económicos y el crecimiento sostenido del 9% anual desde 1978. Manel Ollé, profesor del departamento de estudios de Asia Oriental de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, recuerda en una obra reciente titulada Made in China, que la imagen de China en los medios tiende a oscilar entre la apología y la consiguiente censura que asimilamos a la velocidad de su desarrollo económico, y las ilegalidades sociales que ella genera así como su persistente falta de libertad política.

Según el autor, estas oscilaciones siguen con bastante fidelidad la dirección del viento que sopla desde los Estados Unidos hacia China. Así, coincidiendo con el viaje de Jiang Zeming a los Estados Unidos en 1997 y con la visita que en un baño de multitudes le devolvió el presidente americano de la época -Bill Clinton-, la prensa americana, y como consecuencia la prensa europea, de repente pareció descubrir que China no era tan amenazadora ni tan malintencionada como a ellos les había parecido, en especial despues del episodio dramático de la plaza de Tiananmen en junio de 1989, donde la represión por parte del ejército chino a los estudiantes causó la muerte de cerca de 1.400 personas, dejando más de 10.000 heridos.

¿De quién es la culpa?

Para evitar caer en la trampa giratoria de las veletas mediáticas son necesarias dos cosas. Una, que cuando vuelvan a nuestro recuerdo los fantasmas y demonios del "peligro amarillo" por haberse transformado la fábrica de un mundo desregulado, que introduce en el mercado productos a precios irrisorios, no olvidemos que muchas de esas industrias maléficas que mantienen la mano de obra china bajo condiciones de trabajo inaceptables son en realidad empresas de capital occidental. Por ejemplo, la fábrica de zapatos Timberland, conocida allí como Kingmaker, emplea entre sus 4.700 obreros a un 80% de mujeres y a un número desconocido pero significativo de niños por un salario de 45 céntimos de euro a la hora en jornadas diarias de 16 horas de trabajo. Por su parte, Puma hace trabajar a sus empleados 16 horas al día en la ciudad cantonesa de Dongguan con un único día de descanso cada dos semanas. Ahora bien, China es un país tan grande, complejo y contradictorio, que podemos dar dos versiones estereotipadas radicalmente opuestas, que no es que resulten falsas, pero que se limitan a reflejar unas realidades muy reducidas.

Translated from L’Europe et l'angoisse du « péril jaune »