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En recuerdo de Simone Veil

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Encarna Ayllón

No soy ni de aquellos ni de aquellas que temen al futuro” dijo Simone Veil en el discurso pronunciado ante la Asamblea Nacional francesa en 1974 recogido en el libro “Los Hombres también la recuerdan”, 2004. Este es el viático que nos deja la que acabamos de dejar en su penúltima morada. Será en el Panthéon donde reposará definitivamente con todos los ilustres y el beneplácito del pueblo francés.

Extracto del blog de Diane*

Dos rosas para Simone Veil entre el público que la acompaña tras el homenaje republicano. Una para la hija que está presente. Otra para la madre que llora a lo lejos. Ella hubiera podido ser nuestra madre o nuestra abuela, y seguramente lo ha sido en cierta manera. 

¡Qué fuerza la de esta mujer en sus propuestas, con más de setenta años que tenía cuando pronunció estas palabras! ¡Cuántas de nosotras no le debemos nuestro enfoque de vida y de futuro! Pero claro está, no podemos reducir su singular recorrido a ese momento del año 1974 en el que puso toda su energía y su alma en un combate con tintes personales tan horribles. Pero quedará para siempre y para muchas como el punto de inflexión que les hizo entrar, de una manera formal, en el campo de la igualdad. Una igualdad todavía por conseguir pero que tan sólo sería una palabra más sin su acción valerosa. 

Han sido otros los que han hablado de sus penas, de sus revueltas, de su audacia, de su intransigencia. Al menos lo que ella quiso transmitirnos o lo que pudimos adivinar tras su elegancia, su pudor y sus silencios. Sus hijos acaban de rendirle un emocionante tributo de amor. Me permito destacar un comentario de Jean, relativo a una acción educativa: una jarra de agua volcada sobre la cabeza en el momento oportuno, sin duda puede disuadir a un adolescente misógino. Hoy en día muchas madres podrán sacar algunas enseñanzas.

 

Hace más de cuarenta años ella terminaba así su discurso: “conceder a la vida su valor supremo” dejando a continuación a la representación nacional el darle toda su medida, tanto en grandeza como en vileza. Afortunadamente aquellos que tuvieron un vil comportamiento fueron los menos. Pero crearon escuela y nada puede salvarnos más que quedar vigilantes ante sus intentos por traer al espacio público una discusión sobre un tema ya cerrado.  

Si los del Frente Nacional se quedan sentados sobre sus posaderas en Estrasburgo o en cualquier otro sitio, en el momento del homenaje que Europa le hizo, sabemos que es por su karma, mientras no haya nada que ganar o no suceda nada. El auxilio de las mujeres nunca fue un interés prioritario para ellos y es lo que tienen en común con todos los extremistas iluminados del planeta. Y es en el mismo saco en el que hay que meterlos.

En 1943, Maria Luisa Giraud fue la última mujer decapitada en la Petite Roquette (prisión de mujeres desde 1935) por haber ayudado a su semejantes. “Hacedora de ángeles” se decía. Inmunda y confusa mezcolanza religiosa en una sociedad que alimentaba la “justicia” con carta acusadoras. En realidad, el hecho de que no haya habido ninguna otra no ha cambiado gran cosa. Era necesario reabrir el debate y que la ley pudiera finalmente venir en socorro de la mitad de la Humanidad. Llevada de una manera magnífica por esta mujer que decía, con justicia: “Esta ley afecta al conjunto de la sociedad francesa, no sólo a las mujeres”. “Yo sabía, al menos por el correo que recibía, que los ataques serían fuertes puesto que el asunto hería las convicciones filosóficas y religiosas más profundas. Pero no podía imaginar el odio que iba a suscitar, la monstruosidad de declaraciones de algunos parlamentarios, ni su grosería hacia mi. Una grosería inimaginable. Un lenguaje de soldadesca”.

Feit, Liogier, Hammel, Bas, Médecin.. políticos franceses muy parecidos en grandilocuencia y en demostraciones audiovisuales duras fueron capaces de llevar hasta el último asalto a esta superviviente de los campos de refugiados: compararla con sus torturadores nazis. En la entrevista que Simone Veil concedió a Annick Cojean el peor de todos se nombró sin ambages: Jean Marie Daillet y su innombrable discurso sobre los embriones arrojados a los hornos crematorios. Estos personajes pueden languidecer en los rincones oscuros del tiempo. Ni siquiera hablemos de Historia. 

Es Simone Veil la que entra en el Panthéon, gracias al afecto de un país que ha sabido reconocer la grandeza que encarna.

Ya la echamos de menos señora. Que la eternidad la guarde viva en los corazones de los justos.   

* Diane, bouquinophile

Translated from En souvenir de Simone Veil