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En el corazón del carnaval más famoso de Bélgica

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El carnaval más conocido de Bélgica, el del municipio de Binche, es famoso internacionalmente por sus personajes históricos, los Gilles, que cada año se reúnen religiosamente para celebrar una tradición que es patrimonio oral e inmaterial de la Unesco desde 2003. 

François, un "Gille" de Binche (personaje típico del carnaval) desde que era niño, ya nos lo había advertido: "Tened en cuenta que será complicado entrar en Binche, para llegar al centro tendréis que ir andando". Llegamos a la ciudad medieval a las siete y media y ya nos encontramos familias saliendo de sus casas, tambores en mano y ataviados con sus disfraces. Resulta difícil encontrar una plaza de aparcamiento y la policía está colocando las vallas que impedirán la circulación durante todo el día.

Cruasanes, champán y desigualdad

Con el amanecer, las cagnottes (peñas de amigos pertenecientes a la "sociedad Gille", similar a una comparsa) abren en diversos bares las primeras botellas de champán y se ponen los disfraces, que han permanecido en secreto durante varios meses. La comparsa de François, miembro de la peña de los "jóvenes liberales", ha elegido como temática la Guerra de las Galaxias. Parte del grupo se ha vestido de Luc Skywalker, y el resto, de samuráis con sables láser.

Conforme entramos en el bar ubicado en el vieux Saint Jacques, el cual parece anclado en los años 50, encontramos a los Gilles ultimando algunos detalles de sus disfraces, en los que llevan trabajando desde septiembre. Sus familias los rodean y esperan a que el grupo se ponga en marcha. En el local observamos un hombre algo más mayor que lleva un distintivo en el que pone "comisario". Sorprendidos, le pedimos que nos explique cuál es su papel. "Bueno, seguro que sabéis qué es un comisario", le respondemos riéndonos. "Me aseguro de que los Gilles y sus familias respeten las reglas del carnaval. Por ejemplo: un Gille no puede aparecer borracho en público. Será sobre todo el martes cuando estemos más vigilantes, ya que los Gilles no tienen permitido sentarse en público ni desplazarse solos". El señor comisario nos indica que hay tres comisarios por cada sociedad (en total 14) por lo que sólo queda hacer la cuenta. 

El día no ha amanecido aún cuando salimos a la calle al son de los tambores y de las violas, grandes instrumentos de cuerda. El grupo de amigos empieza a bailar. Las copas de champán les esperan en cada bar: se necesita todo un presupuesto. "Yo no voy a esquiar", admite François guiñándonos un ojo. Porque entre el champán, los distintos disfraces y las celebraciones que empiezan dos meses antes del carnaval, el presupuesto necesario se eleva rápidamente. "Este año, para poder participar, les he dado a mis padres, que son quienes lo organizan todo, unos 700 euros". Son las ocho y media de la mañana y nos tomamos la tercera copa del día, el cual se presenta largo. 

Cada 50 metros nos paramos para que el grupo realice su baile en un ambiente muy codial. Las mujeres, las hermanas y las madres les acompañan y montan una guardia de honor. Nos cruzamos con las otras comparsas, que desfilan con sus disfraces de temas muy variados: árboles de Navidad, chocolate Milka, piratas, bebés gigantes… las reglas que imperan son el humor y reírse de uno mismo.

Ante este espectáculo, la primera pregunta que nos asalta es la relacionada con el carácter de desigualdad del evento. François no sabe muy bien cómo explicar esta tradición, dejando a un lado la parte heredada evidente de una "sociedad patriarcal". Según un músico de viola del grupo que los acompaña y con quien hemos hablado durante una pausa en un bar para beber la novena copa, la regla habría aparecido recientemente, después de la Segunda Guerra Mundial. "Antes, participaban algunas mujeres, pero luego, nos dimos cuenta que los Gilles necesitan ayuda, por ejemplo, si no tuviera a mi hermana para que me ayudara con la viola, no podría hacer nada". Junto a él, su hermana es algo más negativa. "Creo que hay personas más abiertas a las que no les importaría que las mujeres participaran, pero hay otro sector que no estaría de acuerdo, sobre todo los hombres que tienen la edad de nuestro padre". Sorprendentemente, las niñas de menos de quince años pueden participar disfrazándose, por ejemplo, de Pierrot. Pero pasada esa edad, ya no. Las mujeres se convierten, a su pesar, en una ayuda indispensable que hace posible que el carnaval se desarrolle correctamente. Ocultas en la sombra, se encargan de preparar las comidas, coser los disfraces y ayudar a los Gilles a vestirse.

La gran ronda

Para ser Gille, nos explica François, hay que solicitarlo a la Asociación de Defensa del Folclore que fija reglas estrictas tales como haber nacido en Binche, aunque esto es cada vez más difícil, aclara François, ya que apenas hay nacimientos. Si no se ha nacido en la ciudad, se debe haber residido ahí desde hace al menos cinco años o si no se ha de tener un padre o un abuelo binchois. Si nada de esto se cumple, queda la última opción: no haber sido Gille en otra ciudad después de haber cumplido dieciocho años y tener un padrino. Una vez que ya eres un Gille, tienes que adherirte a una sociedad, algo que se puede elegir libremente. "Normalmente, se elige la de la propia familia pero también se puede elegir aquella a la que pertenecen nuestros amigos", añade François. Las sociedades, que pueden llegar a estar formadas hasta por cien miembros, se dividen en cagnottes (comparsas), y serán las mismas que desfilen el domingo de carnaval.

Aunque la figura del Gille es algo reservado solo para los habitantes de Binche, el carnaval atrae hoy en día a gente procedente de toda Bélgica. Para los fieles no autóctonos, llevar la camiseta con las cosas que hay que hacer antes de morir es algo que no puede faltar. ¿El objetivo? Marcar con una cruz todos los bares. El domingo a mediodía, algunos ya han tachado un número elevado. Quedan tres días y la respuesta de François a la pregunta de cuando se acaba el día, adquiere todo su sentido: "Cuando nos caemos".

Pero para cualquier novato, Binche es un misterio. Un desorden aparente y un desenfreno aceptado, todo ello, perfectamente organizado. François nos describe lo que parece una carrera de fondo del descaro. Afortunadamente para los binchois, hay que entrenar desde la infancia. Todo empieza seis semanas antes de los tres famosos días de carnaval o jours gras (de ahí el famoso Mardi Gras de carnaval que se celebra en Nueva Orleans, n. editora). Las sociedades se reúnen cada domingo por la tarde para los desfiles, donde aprovechan para ensayar, al mismo tiempo que dan vida a la ciudad. El lunes de la semana anterior al carnaval, tiene lugar la noche de trouilles de nouilles, durante la cual todos los habitantes tienen que disfrazarse para que no les reconozcan. Si alguien es descubierto, tendrá que invitar a una copa a aquel que lo ha desenmascarado: una tradición de alcoholismo organizado y perfectamente institucionalizado. El viernes anterior al carnaval, cada sociedad se reúne y hace una asamblea general, aprovechando para dar las últimas consignas e indicaciones a los miembros de la sociedad.

Incluso durante el domingo se aplican numerosas reglas. Sin embargo, es el día que se podría definir como el de más libertad para los Gilles, ya que pueden vestirse y pasearse como quieran. Por ejemplo, en la comparsa de François, el recorrido de la mañana está minuciosamente marcado, los bailes perfectamente coreografiados y los disfraces se han elegido previamente. Además, se han añadido varias tradiciones como: el uso de la viola a partir del domingo por la mañana, un instrumento imponente, como una especie de organillo portátil que pesa unos diez kilos; o la prise de paille, que consiste en rellenar el traje con paja y colocarla en los bastones de los que nunca se separan. Un homenaje a los campesinos que iban a buscar la paja a pie.

A medida que acompañamos a los grupos de Gilles, quedamos asombrados por el papel histórico y unificador que tiene el evento. En el seno de las comparsas, formadas por hombres de todas las edades, desde el nieto hasta el abuelo, cada uno tiene una anécdota histórica o personal. No andamos ni cien metros sin que nos cuenten alguna. Entre ellas, aprendemos que la razón de que los Gilles beban champán y coman bien, es porque durante esos tres días, los habitantes se unían a los nobles del castillo y adoptaban sus costumbres. Los disfraces de Gille del martes, "que antes los cosían las familias, pero que se unificaron en los años 50", nos explica François, se adornan con materiales preciosos para simular riqueza. Un elitismo que contrasta con el espíritu popular de la fiesta.

"El mejor día del año"

El martes de carnaval, Mardi Gras, es el gran día para todos los habitantes de Binche. El lunes que está destinado a los niños y a desfiles menos oficiales, permite a los Gilles descansar, y menos mal, porque el martes, el día empieza temprano. François nos comenta que "algunos, empiezan a vestirse a las cuatro de la mañana, normalmente aquellos que viven lejos del centro de la ciudad. Luego, como no podemos ir solos, hacemos una especie de procesión yendo de casa en casa para recoger a los demás. Nos acompaña un pífano que toca la alborada. El recorrido termina sobre las ocho de la mañana. Después, las comparsas se reúnen para el tradicional 'desayuno de ostras', durante el cual los Gilles beben champán y comen ostras y salmón".

A las diez, los Gilles se ponen la máscara de cera y se dirigen a la Grand-Place y al ayuntamiento donde el burgomaestre coloca las medallas a los Gilles, Campesinos, Pierrots y Arlequines por los años que han participado en el carnaval. Después de comer, los Gilles cambian las máscaras por los sombreros y empieza el desfile. El primero es el "desfile de las naranjas", durante el cual, los espectadores apretados entre ellos y helados por el frío de febrero, intentan esquivar las naranjas que les lanzan. Ahora entendemos por qué desde el domingo hay rejas en las ventanas de las casas. El segundo desfile se desarrolla cuando cae la noche sin lanzamiento de naranjas, por suerte para los participantes. Estas se intercambian por bengalas, muy pictóricas y fotogénicas durante la noche. Los Gilles inician su último recorrido para despedirse de la música. El resto de la velada tan solo les acompañarán los tambores.

Le El domingo, François nos había explicado que para volver a su casa el martes por la noche, tendría que ser astuto. La primera opción era quedarse donde estuviera y esperar hasta que alguien no tuviera más remedio que llevarle a su casa (su opción preferida). La segunda era encontrar un grupo que viviera cerca de su mismo barrio e irse con ellos.

El carnaval no termina hasta el famoso Miércoles de Ceniza. Tradicionalmente, las comparsas ofrecen a sus miembros una sopa de arenque. Así, la temporada de carnaval para los Gilles, dura casi cuatro meses, entre la elección del disfraz, las premisas del carnaval y la llegada de los días previos. Cuatro meses de fiesta, de amistad y de borrachera, regulados al milímetro. Una tradición que permite a Binche tener algo de movimiento, una ciudad que en el pasado vivía de la industria y que perdió la actividad en beneficio del resto de la región, siendo en la actualidad una de las más pobres de Bélgica. 

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Translated from Dans la folie du plus grand carnaval de Belgique