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El viacrucis de cada fin de mes

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Política

Apretarse el cinturón se ha convertido en un hábito ante la pérdida de poder adquisitivo en países como España. Llegar a fin de mes es un reto para el que hay que hacer malabares con la cuenta corriente. ¿Cómo comprar más con menos?

Arranco la hoja del calendario. Ha comenzado un nuevo mes: los salarios oxigenan las cuentas corrientes por breves momentos. Recibimos nuevos ingresos, pero también desproporcionados gastos que vuelven a dejar exhaustos a nuestros bolsillos. Estamos en España, uno de los países europeos donde más se ha resentido el poder adquisitivo en los últimos años a partir de la llegada del euro.

Lola y Guillermo son dos jóvenes españoles. Ella comparte piso en Madrid con otras dos personas. Es periodista y trabaja en una agencia de noticias por unos 800 € al mes, de los que destina casi la mitad al alquiler de su habitación, los gastos derivados de la vivienda y el transporte. Él vive en un pequeño pueblo del norte de España. Desde hace años paga una hipoteca de unos 800 € por la casa donde vive. Tiene un salario mensual de 1.300 €. Ambas situaciones son representativas de la juventud española que ha decidido independizarse.

“Después del alquiler o la hipoteca que pagamos por una vivienda vienen otros gastos ineludibles: las facturas de la luz, el agua, el gas, el teléfono, el abono transporte... Es una lista que se hace interminable” -comenta Lola-, “cuando me doy cuenta, falta más de medio mes para cobrar y yo con apenas 400 € para sobrevivir durante ese tiempo”. Guillermo, a pesar de que tiene un salario mayor, confiesa que a menudo se queda en números rojos.

Mamá, mándame un ‘táper’

En una capital como Madrid, ¿es posible hacer frente a los gastos de todo un mes con 400 euros? No es una pregunta retórica, sino una cuestión que se plantea demasiado a menudo en la vida cotidiana de muchas personas. Buena parte de los jóvenes, aun independizados, lo consigue gracias a la ayuda económica de la familia. “Mis padres viven muy cerca y suelo comer y lavar la ropa en su casa para ahorrar energía”, comenta Guillermo.

Ante la necesidad de apretarse el cinturón, se desarrollan diversas técnicas de supervivencia. Lo más drástico ante bolsillos raídos es adoptar costumbres ahorrativas: no fumar, viajar en transporte público y evitar las tentaciones de la calle permaneciendo en la comodidad de nuestro hogar. Es decir, no gastar salvo en lo imprencindible.

Pero ¡qué difícil es huir del consumismo cuando se vive en una ciudad! Por eso, muchos agudizan su olfato para detectar las mejores oportunidades. ¿Dónde comprar más con menos? Lola nos comenta que cuando necesita ahorrar en comida va al Museo del Jamón, un establecimiento conocido en Madrid por sus precios económicos. “Por 2 € me dan un bocadillo, una lata de refresco y una fruta como postre. El menú más barato en cualquier bar cuesta 7 u 8 €, así que ahorro bastante”. La ruta de los bares donde ofrecen suculentas tapas gratuitas por una caña es también un clásico de la noche madrileña para bolsillos hambrientos.

Otra opción es la segunda mano como filosofía de ahorro. El mercado más emblemático de Madrid es El Rastro. Todos los domingos por la mañana se concentran en las calles del barrio de La Latina miles de personas buscando las mejores oportunidades, lo que puede convertirse en un peligro cuando se cae en la tentación de comprar gangas que no necesitamos. Otra opción nos la ofrece Internet: Guillermo, que es aficionado a la escalada, nos comenta que suele comprar los materiales que necesita y vender los que ya no a través de la red. “Encuentras un producto mejor y no desperdicias lo que ya tienes” -señala- “y sobre todo a un precio más asequible”.

Compartir es otra de las soluciones para rentabilizar el salario. Según estadísticas del portal inmobiliario español idealista.com, la edad media de los usuarios que buscan piso compartido es de 27 años en Madrid y de 28 en Barcelona. No sólo comparten estudiantes, sino que es una alternativa que también consideran otros jóvenes trabajadores. Lo curioso es que no sólo se divide el uso del espacio, sino también bienes o servicios como la lavadora, el gimnasio o incluso el coche.

¿Ahorrador o miserable?

Cuando el ‘no gastarás’ se convierte en exigencia personal, la obsesión puede llegar a límites patológicos y dañar incluso las relaciones sociales, al eludir momentos de ocio con amigos o bien por aprovecharse demasiado de la cercanía de sus billeteras. Tacaños los ha habido siempre, pero esta actitud se puede radicalizar cuando el poder adquisitivo empeora.

Los comportamientos miserables hacia uno mismo también se convierten en objeto de estudio de los expertos en Psicología del Consumo. Cuando hay que descartar gastos, jerarquizar necesidades es una situación compleja. Muchos psicólogos y sociólogos alertan de que excedemos nuestra capacidad de consumo. Quizás sea por ello que discriminar lo necesario de lo innecesario ante el bombardeo de mensajes publicitarios se haya convertido en una tarea tan complicada.

Foto 1 (pieter.morlion/flickr), foto página de inicio: Euro (wfabry/flickr)