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¿El opio de los intelectuales?

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Desde los años sesenta, los intelectuales discuten sobre el concepto del multiculturalismo. Algunos lo perciben como una oportunidad; otros, no creen en él.

Tras la Segunda Guerra Mundial, una ola de inmigrantes provenientes de las antiguas colonias desembarcó en Europa. Alemania y Holanda comenzaron a contratar sin miramientos a estos trabajadores llegados sobre todo de los países de la cuenca mediterránea. En seguida se planteó una importante cuestión: la de definir su identidad y pertenencia cultural. Nacieron nuevas nociones como “transculturalidad”, hibrismo, controvesia interna, “interculturalidad” y “criollización” en el debate científico.

Un crisol de minorías

Las sucesivas olas inmigratorias de los años sesenta estaban asociadas a nuevas tendencias y movimientos sociales. Las minorías étnicas vieron en esto un instrumento para reivindicar sus derechos. De este modo, el debate sobre la multiculturalidad se estimuló y se aceleró con intervenciones de politólogos canadienses como Charles Taylor y Will Kymlicka: Taylor era comunitarista y sostenía que el multiculturalismo chocaba de pleno con valores y normas sociales inconciliables. En cambio, su colega Kymlicka concebía la noción como una oportunidad a condición de que se lo tomara desde una perspectiva liberal.

Al final, el advenimiento de la mundialización ha arrojado “un crisol de minorías”, según la expresión del filósofo francés Jean-François Lyotard en 1977. Lyotard se mostraba persuadido de que las sociedades eran fundamentalemente pluralistas. La “multicultura” sólo era posible, a su entender, en una situación de igualdad de derechos entre las distintas minorías. La segunda generación de estas minorías terminó desarrollando una cultura distinta de la que la engendró. ¿Podía entonces cosiderarse a la cultura como un concepto unívoco y homogéneo? Según las palabras del escritor español Juan Goytisolo, la cultura es la “suma de todas las influencias externas”. Hoy, no puede ser “exclusivamente española, francesa, alemana, ni europea”, sino sólo “mestiza y bastarda”, fecundada por otras civilizaciones distintas.

Sobre la base de valores comunes, sí

Dicho todo lo anterior, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y el asesinato del realizador holandés Theo Van Gogh a manos de un islamista en noviembre de 2004 demuestran que una cohabitación cultural sólo es posible sobre la base de valores comunes. Desde entonces, el concepto de multiculturalismo pierde enteros; ahora se habla más bien de “sociedades paralelas”. El filósofo esloveno Slavoj Žižek ha llegado a definir al multiculturalismo como una “neutralización de las diferencias”, reduciendo la idea a una simple formulación política y subestimando una realidad compleja. En cuanto al escritor y Premio Nobel húngaro, Imre Kertesz, hay que prever una persistencia de los conflictos “hasta que vuelva a nacer un sistema de valores estables en una cultura forjada y mantenida por todos juntos”. El filósofo alemán Jürgen Habermas, a su vez, niega que tal multiplicidad pueda existir bajo un sistema democrático.

¿Estará el multiculturalismo “muerto desde hace tiempo”, tal y como sostiene el politólogo alemán de origen sirio Bassam Tibi? Aún no, pues el escándalo a propósito de las viñetas de Mahoma demuestra que, a pesar de la creciente circulación de información, las sociedades democráticas conservan una visión extraña y deforme de las demás religiones y culturas. Es el motivo por el que el fantasma del multiculturalismo sobrevuela aún por las redacciones de los medios de comunicación. Es posible, después de todo, que el sociólogo norteamericano Russell Jacoby tenga razón: el multiculturalismo se reduce a ser el “opio de los intelectuales desilusionados”.

Translated from Das Opium der Intellektuellen