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El este de Ucrania se desangra en un conflicto que no entiende de fronteras

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Sociedad

La revolución ucraniana o la revolución del "Maidán" no solo se llevó por delante a un Gobierno elegido en las urnas sino que desdibujó el mapa de lo que hasta hace bien poco era Ucrania, un país unido se creía.

Ciudades asoladas, calles desiertas, edificios en ruinas y vidas perdidas. Este es el panorama que dejan atrás los 800.000 ciudadanos ucranianos que han huído del país desde que comenzara el conflicto, según datos de la Oficina de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Ese mismo organismo confirma que más de 70 personas mueren o resultan heridas a diario en el este de Ucrania, superando los 2.200 civiles fallecidos -sin olvidarnos de los pasajeros y tripulación del MH17- y unos 6.000 heridos.

En casi todas las guerras, la población siempre queda en terreno de nadie a merced del intercambio de fuego, lo que genera un éxodo que no entiende de patrias, banderas ni fronteras. "No son turistas, son refugiados" que escapan de los horrores, clama Vicent Cochetel, responsable de ACNUR para Europa. Asegura que los desplazados internos –en su mayoría, mujeres y niños– corren mayor riesgo. Son casi 190.000 las almas que vagan por un país envuelto en el caos, aunque la cifra podría ser superior debido a que los varones no quieren registrarse por miedo a que el Ejército los reclute o, peor aún, sufrir el desprecio y las represalias de los suyos.

Operación de castigo contra la población

Las regiones rebeldes de la cuenca de Donbás viven un goteo continuo de refugiados que escapan de la operación de castigo, retomada por Kiev contra Donetsk y Lugansk, únicos bastiones que resisten. Pero otras como Crimea tampoco son ajenas. Los combates agravan el asedio diario al que son sometidos los habitantes, quienes sufren desde cortes en el suministro eléctrico y de agua potable hasta la falta de alimentos y productos básicos; por no hablar del dinero, ése que ya no circula desde hace meses. Las primeras ofensivas cortan todas las redes de supervivencia para la población.

Barrios enteros entre escombros, hospitales, escuelas y residencias son reducidos a cenizas por la artillería pesada. Un paisaje desolador donde la muerte cerca a los vecinos y les empuja a huir de los horrores de esta guerra, ante los tibios esfuerzos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) por dar cordura a este sinsentido.

Los combates se libran muy cerca del país vecino a escasos 1.000 metros. "No es una película, es la vida real" dice Irina, una vecina de Izavárino al contemplar la destrucción que ha sufrido su pueblo, mientras espera para cruzar la frontera hacia Rusia. Otros como Oleg se niegan a dejar sus hogares o la ruina que aguanta a los bombardeos. "Aquí viví mis 37 años de casado", lamenta.  Hoy entierra a su mujer en el patio, víctima de un mortero.

Dejarlo todo atrás para salvar la vida

Llegan con lo puesto y la mayoría sin documentos, reconociendo que no saben lo que les espera. Pasan horas, incluso días haciendo cola para cruzar la frontera pero antes deben rellenar un impreso de solicitud. Sus caras cambian en el momento que plasman su firma y el alivio se refleja en sus ojos, detrás dejan Ucrania y un conflicto que a muchos se lo ha arrebatado todo.

Kilómetros de vehículos y personas a pie dan muestra de la magnitud de esta crisis humanitaria en el sureste del país. El avance de las columnas militares apresura el paso de los refugiados, aflora el miedo y se prioriza la entrada de enfermos y niños porque los puestos de control no garantizan la seguridad. Son objetivos frecuentes de los morteros, al tiempo que los miembros de la OSCE hacen de convidados de piedra por aquello de ver, oír y callar. Más de 207.000 personas encontraron refugio en Rusia, muchas de ellas fueron acogidas por amigos y familiares en diferentes ciudades del país pero hay un gran número que no tiene a dónde ir. Para ellos se han desplegado unos 900 centros de acogida temporal que dan cobijo a 60.000 ucranianos pero también hay otras opciones como centros de cultura, albergues, hostales e instalaciones deportivas y en algunos casos en vagones de ferrocarril, según el Centro Operativo de Coordinación Ministerial.

El Servicio ruso de Migraciones confirma que 170.000 personas solicitaron alguna protección, mientras que 48.000 tramitan los papeles para recibir el asilo provisional. Pero entre todas estas cifras hay una que despierta mayor preocupación: los 17.000 menores desplazados cuyo futuro y supervivencia depende de la ayuda que reciban en manos de médicos y psicólogos.

Alarma humanitaria

La alarmante situación que se vive a ambos lados de la frontera entre Rusia y Ucrania ha generado una respuesta por parte de la Cruz Roja Internacional que apoyada, por Moscú, envió un convoy integrado por 280 camiones y 1.800 toneladas de ayuda humanitaria. Además, otras 1.096 toneladas eran destinadas a los campamentos de refugiados con agua, alimentos y ropa de abrigo.

Un alivio escaso que solo ha servido para ganar tiempo mientras aumenta el número de personas en riesgo. El desgaste por el conflicto afecta también a los propios soldados quienes, abatidos y sin recursos, deciden tirar sus armas al suelo ante su precaria situación. Nadie estaba preparado para esto y las autoridades no quieren ni pueden hacer frente a sus necesidades, condenando a su propia suerte a civiles, militares y territorios.

Al margen de las reuniones que buscan poner fin a un conflicto que se enquista en el tiempo y en el terreno, Rusia y la Cruz Roja han anunciado un nuevo convoy para la población del sureste ucraniano. Pero difícil es revertir una situación que ha llevado a 800.000 personas a dejar todo atrás y mirar hacia delante porque cada paso que dan es un paso de esperanza para salir de una guerra que de la noche a la mañana les dejó sin nada.