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¿EEUU divide a los Europeos?

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La desunión política en la Unión Europea es un hecho. Aznar, Blair y Kwasniewski caminan de la mano norteamericana. ¿Trabaja EEUU para fragmentar Europa?

El presidente Aznar cierra su mandato de ocho años con una visita (una más) a G. W. Bush en EEUU. Simultáneamente, su sucesor político, el conservador Mariano Rajoy, desayuna con Blair en Downing Street, que lo recibe con la curiosidad de saber cómo es el futurible presidente español y posible aliado internacional en un contexto de alianzas inéditas y novedosas. Mientras Aznar declaraba en EEUU, para regocijo de los halcones, que la referencia francesa, tradicional para España en política internacional, se había sustituido firmemente por la apuesta atlantista, Mariano Rajoy tranquilizaba a Blair asegurándole que las líneas maestras de su “futuro” gobierno ahondarían en las alianzas con Gran Bretaña y EEUU. Jospin, por su parte, volvía a redundar en la idea de una Europa de la diversidad, en una Europa plural y diferenciada en lo social y cultural de EEUU, y con el estandarte de una política internacional basada en el derecho internacional.

Las dos Europas ante EEUU: seguidismo o independencia a toda costa

España y Polonia, aliadas de EEUU en el conflicto de Irak, bloquean la Constitución Europea. Aznar es recibido y condecorado por los empresarios polacos. Por su parte, Francia y Alemania se salen del pacto de estabilidad y España arremete duramente contra este procedimiento presupuestario. Aparte de la Europa a dos velocidades, la Europa rica y la Europa mediterránea, la que paga y la que recibe, está la Europa atlantista y la Europa europeísta, valga la redundancia. La Europa neoliberal, que admira el desarrollo militar y económico de EEUU basado en una interpretación imperialista de la Realpolitik, y la Europa de raíces sociales, moderada e impulsora del derecho internacional. Las dos Europas caben en la UE. EEUU lo sabe y, por eso, radicaliza su discurso, dificultando el consenso europeo en materia de política exterior. La torpeza de la UE reside en radicalizarse al frenético ritmo que imponen desde la Casa Blanca. La existencia de “halcones filiales”, o Estados leales a Washington, permite a los halcones jugar al maniqueísmo y encender la discusión dialéctica.

Europa, desgraciadamente, recoge esa discusión y termina polarizándose en torno a conceptos tan absurdos como los de “la vieja y la nueva Europa”. El asunto traspasa lo meramente estratégico y los dirigentes de la “vieja Europa” se enrocan en una ficticia postura “romántica” que basa la identidad del ciudadano europeo y de “lo europeo” en una oposición política a Washington. En Francia y Alemania este discurso provoca réditos electorales en un contexto económico desfavorable que está dando origen a políticas liberales que bien podrían firmar los aprendices de Margaret Thatcher.

Es necesaria la unidad política y superar Niza

Javier Solana hace equilibrios entre los dos discursos ensayando lo que podría ser un superministerio de asuntos exteriores europeos. Sabe que la unificación de la política exterior europea no es fácil y, aparte de necesitar de factores tan decisivos como la creación de un ejército europeo o el impulso definitivo de la Constitución Europea, requerirá la cesión privilegiada de la política exterior a Bruselas por parte de los estados. Pero los estados no van a ceder la dirección de su política exterior, estratégica en un contexto de economía globalizada, a cambio de nada. El consenso y la planificación estratégica de la unidad de acción es imprescindible si no queremos que las consecuencias de esta división se empiecen a notar en aspectos económicos.

EEUU no divide a los europeos

EEUU no divide a los europeos, sólo tensa la cuerda y deja que éstos se dividan por sí mismos. Aznar y Blair (Blair por tradición política y Aznar por afán de protagonismo internacional y por interés económico) parecen viajar con EEUU hasta donde la cuerda dé de sí, y esta postura dificulta el consenso. España y Polonia, próximas a Bush, juegan al chantaje político bloqueando la Constitución Europea e impidiendo, por tanto, un tratado que urge a todos los niveles para impulsar un nuevo estadio político de la UE. Por otra parte, el eje franco-alemán debe replantear su política presupuestaria en una Europa que cada vez destinará menos fondos de cohesión a antiguos receptores y debe revisar su política internacional, entendiendo que en un contexto de endurecimiento presupuestario para España y otros países, resulta lógico que estos estados busquen frutos económicos en sus alianzas con EEUU. Bruselas debe tratar de compensar este desequilibrio recién originado y crear un contexto económico que facilite la cohesión en torno a una política exterior propia e independiente de EEUU, y para ello no debe dejar a ningún país en posición de beneficiarse de una alianza atlantista cueste lo que cueste.

La política exterior está bajo sospecha económica. La UE paga el precio económico de su desunión política y en este aspecto Estados Unidos nos aventaja. La falta de competencia europea en materia de política exterior y un entorno de cambios de políticas presupuestarias europeas hace que algunos estados vean más ventajoso la alianza con EEUU, impidiéndose una política exterior unívoca europea.