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De Rosarno a Calais: crónica de una Europa 'ocupada'

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Refugios improvisados, campos de chabolas, edificios ocupados: a los inmigrantes que persiguen el sueño europeo no les queda más remedio que buscarse la vida

La crónica suele empezar en Patras. De hecho, muchos afganos tientan a su suerte desde este puerto griego, jugándose el pellejo al asaltar camiones en marcha. Unos 2.000 afganos, la mayoría de ellos de etnia hazara, se establecieron en una zona de la costa de Patras, cerca del puerto: un lugar ocupado desde 2002 por ‘inmigrantes de paso’, puesto que en Grecia no se les reconoce su estatus de refugiados. De hecho, hacerlo supondría admitir que en Afganistán aún no se puede hablar de democracia. Actualmente, este refugio improvisado ya no existe, ya que lo desalojaron en junio del año pasado.

Dos mil afganos en Patras y quinientos argelinos en Atenas. Aquí la crónica no se repite en un barrio de chabolas a cielo abierto, sino en la calle Sokratous, en los 10.000 metros cuadrados del ex Tribunal de Apelación, un edificio que mira insolentemente a la Acrópolis y del que sus propietarios no se ocupaban desde el año 2000, aunque posteriormente pidieron su desalojo, que se llevó a cabo en 2009. Y de nuevo los afganos fueron los protagonistas de otra peripecia, en esta ocasión mucho más al norte, en la histórica Calais, en Francia. Se amontonaban en lo que los periódicos bautizaron como ‘jungle’ (la selva): las excavadoras llegaron para derruir las chabolas. Sin embargo, las personas y los problemas siguen ahí presentes, al igual que los 270 magrebíes que ocuparon la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla en 2002, que tuvieron que abandonar tras la orden de desalojo. La lista sigue, como por ejemplo en la ex clínica San Paolo de Turín, ocupada por unos 200 refugiados somalíes solicitantes de asilo, o en una residencia abandonada en Bruzano, al norte de la periferia milanesa, en la que se instalaron 180 inmigrantes con permiso de residencia o con estatus de refugiado político.

Foto: ©Anna Franca Di Donna

También continúan en territorio italiano aquellos inmigrantes de los que se conoció su existencia a finales de 2009, cuando en Rosarno (Calabria) se atrevieron a sublevarse después de que dos de ellos fueran heridos con armas de aire comprimido. Se trata de la enésima vejación que sufren hombres que pasan el día en el campo recogiendo naranjas y la noche dentro de una fábrica abandonada en condiciones inhumanas. Para explicar estos disturbios, el Gobierno italiano evocó el problema de la clandestinidad. Lástima que se tratase de inmigrantes con permiso de trabajo y de episodios de disturbios que estallaron a la sombra de la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa.

Las naranjas de Daniel

Me habla mientras pela una naranja. A él le gustaría evitarme, mientras pela una naranja. Me sonríe, mientras pela una naranja. Daniel viene de Ghana. Huyó de Rosarno, donde recogía naranjas, y ahora se pasa el día comiéndoselas en el Centro de Acogida para Solicitantes de Asilo (C.A.R.A.), en Bari Palese, hasta que le concedan el estatus de refugiado.

Foto di Anna Franca Di Donna“No lo pedí antes porque no me había hecho falta: llegué a Italia en avión, con permiso de trabajo, trabajé como doméstico en Udine y me encontraba bien. Luego empezó la temporada de las naranjas en Rosarno y decidí ir, porque me pagaban un euro por cada caja recogida. Me llevaba bien con mi jefe”. Entonces le pregunto por los disturbios. “No, no son disturbios – me corrige – son protestas. Ya basta, he perdido todas mis energías y mi dinero con la historia de Rosarno. No quiero volver a hablar de este asunto, ahora estoy aquí“. Si Daniel consiguiera el estatus de refugiado, no le serviría fuera de Italia, aunque no le importa: “Quiero quedarme aquí – dice – me gusta Bari. Bari no es Rosarno, Udine no era Rosarno”. Daniel es uno de los 20 inmigrantes procedentes de ésta última ciudad y que se han quedado en el C.A.R.A. Los otros 304 que, al igual que él, llegaron el 10 de enero de 2010 se marcharon porque ya tenían un permiso de residencia.

Mientras tanto, en Apulia, los 40 refugiados somalíes siguen resistiendo en el Ferrhotel, un antiguo albergue de Bari para los empleados del operador ferroviario Trenitalia, desocupado desde hace años: no hay electricidad, pero tienen agua corriente. Este asunto ha dado pie a muchas habladurías políticas.

La quimera de la clandestinidad

“La clandestinidad tiene la culpa de todo”. Son las palabras que ha empleado el ministro del Interior, Roberto Maroni, para comentar la situación de Rosarno, cuando todavía seguían los disturbios. En realidad, casi todas las personas que acudieron al C.A.R.A. de Bari ya habían conseguido el permiso de residencia y el estatus de refugiado. Por lo tanto, no fueron los clandestinos los culpables de este clima de exasperación, ni tampoco los protagonistas de las demás historias de ocupación del resto de la Península Itálica.

Italia se encuentra en una situación particular, pues en los demás países europeos, la primera acogida es la que resulta estar en vilo. Se trata de la primera fase de trámites del inmigrante, cuando acaba de llegar, clandestino o bajo la tutela de la petición de asilo. En cambio, en Italia resulta ser la ‘segunda acogida’ la que no da garantías, o sea, la fase en la que se tendría que trabajar para garantizar un núcleo de derechos fundamentales al inmigrante con papeles. De hecho, es fuera de los centros de primera acogida donde la situación se vuelve incierta. Un refugiado goza de derechos, como el de vivir bajo un techo, pero si no se le garantizan dichos derechos, no tiene más remedio que barajar otras alternativas, como los alojamientos aleatorios y las ocupaciones.

William Faulkner escribió una vez que “vivir en el mundo actual y estar en contra de la igualdad por motivos de raza o de color es como vivir en Alaska y estar en contra de la nieve”. Todos los europeos tendríamos que reflexionar sobre esta frase.

(Todas las fotos son de Anna Franca Di Donna)

Translated from Da Rosarno a Calais: storie di un'Europa occupata