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Cruzados en un círculo vicioso

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Al precio de siglos de democracia, los actos de terrorismo cometidos por el Estado o contra él han ido laminando las formalidades políticas.

Tanto los expertos como la gente corriente de todas partes creen que nuestro mundo es cada vez menos seguro. Un reciente manifiesto llamado “Un vínculo entre EE UU y Europa”, rubricado por cincuenta expertos políticos de todo el mundo, propició que el Presidente de los EE UU y sus colegas europeos mostraran entre ellos una relación más cordial de cara a los medios de comunicación. Pero en casa prosiguen con sus amenazas insurgentes, más sofisticadas incluso que la política del “ojo por ojo”.

¿Qué hay en la palabra?

“Terrorismo” es un nuevo calificativo para prácticas más antiguas que el Antiguo Testamento, que ya describía míticas y múltiples crueldades. Su significado, sin embargo, no es del todo claro, pues se puede referir tanto a política de Estado como a subversiones. Por ejemplo, durante la Revolución Francesa, los Jacobinos “aterrorizaron” a los traidores dentro de la milicia. En 1793, el pánico de la Asamblea y el reino del terror llegaron a las calles. De este modo, el terror fue proclamado como un medio legítimo para defender cualquier fuerza antipatriótica. Durante la Guerra Fría se vieron las estrategias terroristas más eficaces.

Los terroristas -herramientas indeseadas ahora y hambrientas de sangre y publicidad- se han vuelto en contra de sus antiguos patrocinadores. O mejor dicho, en contra de los patrocinadores de sus propios países. Precisamente por medio de campañas terroristas financiadas con capital extranjero, los afganos, libios y otros fanáticos se han hecho mucho más occidentales de lo que podríamos imaginar. Quienes se proclaman guerreros religiosos se han rendido a la tentación de una actitud materialista y utilitarista.

Círculo vicioso

Pero los papeles se han vuelto a invertir. Tanto para bien como para mal, ya no podemos influir en los terroristas que una vez apoyamos, y mucho menos dialogar con ellos. La sensatez occidental (¿psicoterapia?, ¿rehabilitación?) no le vale a un terrorista suicida que quiere ser adorado como mártir. Sin ser capaces de comprender las tentaciones que pueden impulsar el sacrificio de un suicida, deberíamos detenernos a reflexionar si sus desprecios a nuestras formas de vida no se asemejan a nuestras críticas de las suyas.

Irónicamente, todos los bailarines de este terrorífico baile se muestran igualmente perplejos ante los motivos que perpetúan el espectáculo del negro contra blanco. Parece que no queremos recordar las lecciones del pasado: llevar la armadura puesta significa ponerse una camisa empapada de prejuicios raciales y religiosos que vienen de tiempo atrás.

Translated from War on words