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Cómo me gustaría ahora estar en la oposición

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Desde que el primer ministro Viktor Orbán pronunciase su discurso el 11 de enero de este año en París, el asunto de los refugiados no solo se ha convertido en la mayor crisis de Hungría, sino también de todo el continente europeo. 

Aunque al principio el problema sirviese como munición arrojadiza durante las discusiones entre partidos políticos, ahora se nos recuerda constantemente la gravedad e inminencia de la situación en todos y cada uno de los periódicos e informativos televisados. 

Los meses anteriores a la actual crisis contrastan al analizar unas cifras que muestran el exponencial crecimiento del número de inmigrantes ilegales que atraviesan las fronteras de Hungría. Hace un par de meses, la cifra aproximada de inmigrantes ilegales que cruzaban la frontera del Estado durante un fin de semana cualquiera era de 900 personas, lo que parecía una cantidad sumamente elevada, mientras que la actual cifra de 2000 o 2500 personas parece normal. Al mismo tiempo, el número de solicitudes de asilo que ha recibido Alemania muestra que aún quedan millones de refugiados por venir.  De hecho, durante los últimos dos meses han llegado 100 000 refugiados solicitado asilo político a Alemania. Pero, aun así, ¿por qué es importante el caso alemán en relación a la situación que se vive en Hungría? La respuesta reside en haber entendido que este asunto ya no solo es un mero reto que atañe al Estado de la nación, sino que se trata de un gran problema a escala europea. Asimismo, la mayoría de los recién llegados no quieren instalarse y buscar empleo aquí, sino que se dirigen aún más lejos, hacia el oeste; hecho que reafirma la convicción de que solo las denominadas «grandes potencias» tienen los medios y están en condiciones de acoger un flujo migratorio de tal envergadura.  De este modo, queda claro que Hungría no posee los mismos recursos que Alemania. Y lo que es todavía más importante: no contamos con experiencia en crisis similares porque, hasta la fecha, se ha ignorado dicho flujo migratorio.  

Resulta esencial tener en cuenta que la periferia sur de las regiones comprendidas por el Acuerdo de Schengen tienen que hacer frente a una situación todavía más difícil que, por ejemplo, Alemania o Austria. Según varias regulaciones internacionales —aunque son bastantes los simpatizantes de estas ideas—, no le está permitido a Hungría dejar pasar a todas estas personas hasta que se hayan registrado correctamente. 

También es importante no pasar por alto el hecho de que la estrategia de permitir el paso a los inmigrantes por el campo ha sido un arma más utilizada en el pasado por Italia. Por el contrario, los italianos han exigido recientemente restricciones fronterizas a Alemania y Austria para reducir la cifra de personas que circulan ilegalmente por su territorio. 

No obstante, por encima de todo, no se debe olvidar que si entrase en vigor la Regulación de Dublín III (sobre la deportación de inmigrantes de vuelta al primer país del espacio Schengen que pisaron), todos los inmigrantes a los que registraron las autoridades húngaras serían deportados de vuelta a Hungría. Así que las posibilidades de que esto ocurra son bastante preocupantes, teniendo en cuenta la cantidad de personas que se verían afectadas.

Si alguien se pregunta por qué hay cientos de personas atrapadas en la estación de tren de Keleti, en Budapest, no son los únicos. El problema reside en que nadie sabe qué sucede ni qué solución podría adoptarse. Las dudas y la confusión produjeron la salida de los trenes, precedida por el cierre de la estación y su reciente reapertura. Las acciones precipitadas no dan buenos resultados.  Y esto no solo es un síntoma de esta crisis en Hungría. Austria está ayudando a los refugiados a montarse en trenes hacia la Europa occidental y, después, en la frontera, decide registrar todos los vagones en busca de inmigrantes ilegales. Los alemanes nos están criticando a los húngaros, al mismo tiempo que animan a Italia para que endurezca su postura y enarbolan la ridícula posibilidad de emprender sanciones contra Hungría, a pesar de acatar las regulaciones internacionales pertinentes. De hecho, la postura del bloque franco-alemán es bastante cómica. En cuanto un Estado miembro discrepa con el eje formado por ambos países, se nos recuerda «los valores comunes europeos», a lo que siguen amenazas que, sin embargo, no pueden ocultar el infinito carácter democrático de la Unión Europea.        

He destacado previamente en numerosas consideraciones mi rechazo de la demagogia, independientemente de la bancada política de la que provenga. Hemos de analizar el problema ante el que nos encontramos desde una perspectiva humanitaria y de gran altura política. Ninguno de estos dos aspectos han de perder importancia, ya que las consecuencias podrían ser catastróficas —a nivel político y humanitario—. No podemos diseñar una respuesta al estilo de Estados Unidos, donde se dispara al que atraviesa la frontera, y tampoco podemos enviar a la gente de vuelta a sus países, en algunos casos, asolados por la guerra. Esto no solo sería inhumano, sino que además sería irreconciliable con los valores morales de Europa. Por otra parte, es imposible permitir el paso y dar un trabajo a todo el mundo. Ante tanta duda, ni siquiera Alemania puede tener éxito, por no hablar de Hungría. Después de todas las dificultades que ha tenido Alemania para integrar en la sociedad a la comunidad turca, la llegada de decenas de miles de otras etnias hará que, a largo plazo, aparezcan enclaves dentro del país donde solo haya extranjeros; todo esto teniendo en cuenta que los alemanes no den con la forma de gestionar esta crisis con éxito e integrar a los refugiados. Las posibilidades de que esto último suceda han sido puestas en tela de juicio por el ministro del Interior alemán, Thomas Maizière, basándose en el hecho de que aproximadamente el 20 % de los recién llegados son analfabetos, por lo que sus posibilidades de encontrar un empleo se ven enormemente reducidas.       

Cómo me gustaría sentarme en la bancada de la oposición. No tendría que soportar la carga de ser el responsable de tomar decisiones para encontrar un equilibrio entre lo político y lo humanitario. No me tendría que sentir responsable de encontrar el término medio medio entre las regulaciones internacionales y la realidad. Podría estar despotricando sobre el tema y ser un humanista demagogo, o lo que es mejor, ¿por qué no salir a las calles para manifestarme a favor de los refugiados? Aunque, para empezar, ni siquiera sé por qué se convocan este tipo de manifestaciones. ¿Para que puedan entrar en Europa occidental, incumpliendo las regulaciones internacionales más relevantes? ¿Para retenerlos aquí en contra de su voluntad? ¿Para darles un hogar? Hay cientos de personas sin hogar que no tienen un techo bajo el que resguardarse, a pesar de haberlo intentado. ¿Para darles un mejor trato entonces? En ese caso, la ayuda inmediata serviría más que las manifestaciones. Y seamos justos, las autoridades húngaras nunca antes se habían enfrentado a semejante oleada de inmigrantes. Por ello, no es de extrañar que no todo vaya según lo planeado. Admito que las cosas podrían ir mejor, pero, francamente, la situación no es terrible. En la actual crisis, vale más una visión clara que aferrarse a los denominados «valores europeos». Cómo me gustaría estar ahora en la oposición                          

Traducción bajo el consentimiento del autor. Lea el texto original de Gergely Károly, en húngaro 'Annyira lennék most ellenzéki' .

Story by

Gergely Károly

Hungarian freelance reporter (Magyar Nemzet, Magyar Hang and Cafebabel Budapest). He works as a reporter for The International Cybersecurity Dialogue and is currently enrolled at the Univerity of Oxford, reading Russian and East European Studies.

Translated from Opinion: How I'd love to be in the Hungarian opposition right now