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Berlín, París, Barcelona: Recorrido okupa por Europa

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Desalojo del Liebig 14 en Berlín, tensiones policiales en el 59 de la parisina rue de Rivoli, vueltas de la ley en Holanda... Pese a que muchas veces sirven como centros culturales y de cohesión social, las casas okupas están amenazadas por las autoridades. Una babeliana experimentada en okupaciones nos lleva de paseo por los proyectos urbanos más alternativos de Europa.

Que sea en París, Barcelona, Wroclaw y Szczecin o en Berlín, en cada ciudad que viví siempre he tratado de reflexionar sobre las políticas municipales que rigen el uso del suelo urbano y la perspectiva de sus ciudadanos. Pequeño panorama europeo de las okupaciones amenazadas por la ley.

En Barcelona frecuenté muchas okupaciones pese a la preocupación de mis padres, que me preguntaban si allí había agua y electricidad. En estos lugares conocidos como residencias junkies (“residuos” en sentido literal; utilizado en el argot para referirse a las poblaciones marginales), algunos edificios okupados rebosan una creatividad que no he encontrado en ninguna parte, reflejo de las inquietudes de sus okupantes. Hay diferentes tipos de okupaciones: las que me interesan no sólo sirven de refugio; también tienen un centro comunitario abierto a todos.

Barcelona, okupaciones artísticas y ciudadanos

La megalópolis europea está desarrollando su identidad y su originalidad de muchas maneras. Algunos de sus edificios, como La Otra Carbonería, en Barcelona, atraen con sus decoraciones; basta con echar un vistazo al interior de este rincón barcelonés para descubrir un nuevo mundo de cafeterías, tiendas gratuitas, talleres de baile y de música, proyecciones de cine, debates... etc. Una de las claves que hace que la gente viva, se anime y se entusiasme es el intercambio como reivindicación de un mundo más justo donde el acceso a bienes inmobiliarios no se defina por su propiedad, sino por el uso eficiente de los recursos. Hay un montón de espacios arreglados de esta manera, reclamando más solidaridad e reforzando la cohesión del barrio. En Roma, aunque menos, el mismo tipo de iniciativas promueven el bienestar social y ofrecen actividades variadas. Pero aquí, como en otros lugares, se ve la crisis: aunque quedan algunas islotes okupados, los desalojos continúan.

Esta casa okupa de Barcelona mezcla actividades culturales y de cohesión social

En Ámsterdam, la legislación endurece el tono

Ámsterdam está considerada una capital progresista y flexible respecto a los espacios desocupados, pero la ley que “protegía” a los okupas fue endurecida el año pasado. Antes, era suficiente que el espacio fuera habitable según algunas normas y demostrar que se pasaban allí al menos unos días. Las autoridades podían iniciar la ley de deportación, pero era un proceso largo y polémico. Ahora, la entrada por la fuerza en un edificio justifica una intervención de la policía sin previo aviso. En general, este es el procedimiento común en Europa occidental. Para algunos esta forma de actuar, aunque trate de proteger a los ciudadanos, mata las aspiraciones de quienes creen en otro modelo.

Okupaciones híbridas: París y Berlín

En Francia la okupación parece algo casi exclusivo de artistas. Pintores y músicos reclaman el derecho a ponerse en cuclillas por su precaria situación. A veces abren sus puertas, pero el espacio debe ser protegido de los curiosos para mantener un clima bueno para la inspiración (en España, el sistema es mucho más incluyente; actualmente no se exige nada para entrar a un edificio). Nuestra generación marca un momento crucial: en el mejor de los casos, las okupas son rehabilitadas por los municipios, pero no se suele tolerar la ocupación y muchos bienes inmobiliarios pueden estar sobrevalorados y valer una fortuna. El compromiso en algunos lugares es que se arregle el edificio okupado (el número 59 de la rue de Rivoli es un ejemplo). Los otros desaparecen.

Con la bendición del alcalde de París

Al visitar la “Demeure du Chaos” (La Morada del Caos), en Lyon, me di cuenta de cómo se aplica la represión: el antiguo caserón, una propiedad privada que aloja diferentes colectivos, deja libre el espacio para la creación. Las visitas son aceptadas y consisten en un paseo por la originalidad y la imaginación. Sin embargo la justicia ha ordenado la destrucción de más de 3.000 obras. Como respuesta se lanzó un recurso de casación ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos; sea cual sea el resultado, no entiendo la absurda demostración de fuerza del sistema francés.

Lo que vi en Berlín y en su región me lleva a creer que Alemania es el país que mejor ha logrado la transición, y con un compromiso, sin perder su energía; ni del lado de los okupas, ni de los políticos. Los Hauseprojekts son okupaciones antiguas donde los colectivos se organizan para conseguir financiación y adquirir los edificios. Es una especialidad berlinesa, Poor but sexy, donde el coste de vida es razonable. Con el tiempo el okupa llega a ser el propietario de un “proyecto de casa”, pagando lo que sería un alquiler barato. Algunos consideran que este sistema ya no es como ponerse en cuclillas; esta solución se ve aceptable para la mayoría de la gente. Los Tacheles han sido tomados directamente por el ayuntamiento.

Democracia local

Sólo en Polonia no he visitado casas okupadas, porque allí es algo más marginal. ¿Es este un legado del comunismo, donde la igualdad fue la regla? Tal vez okupar todavía no sea una necesidad. Hay un 20% de viviendas habitables no utilizadas, mientras que las personas afectadas por la crisis se alojan aun más lejos del centro debido a la inflación. Ocupar estos espacios vacíos es tocar el limite de la legalidad, y cada día hay amenazas de desalojo. El ponerse en cuclillas es un estilo de vida impulsado por una convicción idealista, pero no siempre es fácil para vivir. Afortunadamente existen iniciativas de este tipo, sobre todo porque suelen tener un verdadero impacto positivo en la zona donde se sitúan.

Foto: (cc)margaretkilljoy/flickr; okupas 59rivoli: (cc)Interzone00/flickr; okupación en Berlín: (cc)Jon Mountjoy/flickr

Translated from Berlin, Paris, Barcelone : les squats européens en sursis