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Belfast en un taxi negro: La última ciudad dividida de Europa trata de superar su pasado

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SociedadPolítica

El 6 de febrero, el Ejército Irlandés de Liberación Nacional (INLA, por sus siglas en inglés) desmanteló su armamento, lo que logró que la región se acercara tentativamente a la estabilidad social.

Ahora que la antigua zona de guerra ha reabierto sus puertas al mundo, los visitantes han acudido en masa a la última ciudad dividida de Europa Occidental para así vivir la experiencia de Irlanda del Norte

“No se preocupen, sólo es una precaución”, nos explica el taxista de una manera no muy tranquilizante. “Algunos de nuestros coches fueron baleados hace poco”. Coje una placa adicional del compartimiento del taxi negro (los famosos 'black taxis') y la coloca rápidamente sobre la original, algo que, según él, es un procedimiento regular, mientras se preparara para darnos un paseo por el Distrito Protestante de Shankill en Belfast. “Hay algunas personas de la zona a las que no les gusta tener taxis de compañías católicas conduciendo por allí”, comenta, “nos reconocen por el número de placa”.

Taxis negros

©el_floz / flickrLos taxis negros, como en el que nos encontramos en este momento, surgieron cuando los autobuses fueron prohibidos en la zona oeste de Belfast por ser potenciales barricadas y, hoy en día, esta mitad de la ciudad todavía no cuenta con transporte público. Muchos taxistas también hacen las veces de guías turísticos y la experiencia de coger un taxi negro se está convirtiendo en una de las principales atracciones de la ciudad. A mis 24 años, ésta es la primera vez que cruzo la frontera. Aunque el norte está solo a unos kilómetros, para muchos en el sur es como si fuera otro planeta. Mientras que la República se deleitó en una década hedonista de explosión económica, convirtiéndose en un imán para las hordas de trabajadores europeos y turistas por igual, el norte se mantuvo, para muchos, como un lugar al que ni se pensaba visitar, mientras recogía lo que había quedado luego de treinta años de guerra. El 60% de la población depende del Gobierno británico para cualquier empleo, pero ahora que hay un cese al fuego, sus habitantes están determinados a retomar sus vidas finalmente. A nuestro taxista le encanta su ciudad y habla de ella desde su asiento con su marcado gangueo de Belfast. Junto a mi acompañante húngaro-suizo, pretendo no hablar inglés porque quiero dejar mi nacionalidad sureña a un lado y permitir que él me cuente la historia.

Irlanda del Norte tiene una belleza sin igual. Sus montañas y lagos son célebres en la mitología celta cuando una vez fue el reino de Cú Chulainn, el Hércules gaélico. La turbulencia comenzó cuando los británicos pusieron en marcha plantaciones coloniales aquí en el siglo XVI como parte de su plan de conquistar Irlanda y miles de ingleses y escoceses presbiterianos fueron enviados a establecer vastas colonias en Ulster, desplazando a los nativos en el proceso. Después de 400 años, la región todavía mantiene una única doble cultura que incluso se encuentra grabada en el paisaje. Luego de la guerra de independencia de la República contra Gran Bretaña en los años 20, el Reino Unido conservó el control del norte, mayormente protestante e industrial, dividiendo la isla en dos. Mientras la República construía afanosamente su nuevo estado, el norte era lanzado a conflictos étnicos, religiosos y políticos. En los 60, la comunidad católica oprimida de la región, inspirada por el movimiento de Martin Luther King, marchó por los derechos civiles en una sociedad donde, prácticamente, todos los cargos de poder (como el cuerpo entero de policía) eran ejercidos de manera exclusiva por protestantes. El contragolpe fue violento y el ejército británico fue enviado para restaurar el orden. El detalle está en que se quedó ahí durante los siguientes 30 años. El conflicto sangriento entre el ejército británico, el Ejército Republicano Irlandés (IRA) y otros grupos paramilitares dominaron la vida en el norte hasta que se inició el proceso de paz en el 2008.

El muro de la paz contra el Muro de Berlín

© PPCC Antifa / FlickrEl llamado ‘muro de la paz’ divide a la ciudad en dos sin ninguna misericordia. Esta estructura de hierro de 7.6 metros es el doble de alta de lo que fue el Muro de Berlín. Sólo se puede cruzar durante el día, ya que por la noche los residentes encienden hogueras contra el hierro forjado haciéndolo caliente al tacto, la pared de fuego de Belfast. Está lleno de murales políticos, expresiones culturales únicas que nacen de las frustraciones y los ultrajes del conflicto. Los locales adornan innumerables monumentos de personas cuyas muertes, en la mayoría de los casos, han quedado sin respuesta. Las paredes de los distritos católicos proclaman lealtad a Cataluña, Palestina y el País Vasco, mientras que las calles protestantes están tapizadas de banderas del Reino Unido y murales de la reina rodeada por hombres enmascarados con ametralladoras.

Mi amigo me dice discretamente en francés que no sabía que todavía existieran lugares así en Europa. En más de una oportunidad, el taxista se siente abrumado y debe parar, después de todo, las atrocidades que narra sucedieron entre sus amigos, sus vecinos, sus compañeros. Está verdaderamente apenado y consternado por lo que ha sucedido con su ciudad, pero también lleno de esperanza por su futuro. Por un recorrido turístico de dos horas, al que no le falta emoción, sólo nos cobra 22 euros, que es el mismo precio que se paga por una comida mediocre cruzando la frontera, en Dublín. Se está haciendo de noche en el centro bombardeado de la ciudad, donde nuevos edificios crecen vertiginosamente por todos lados. Belfast está despertando de una pesadilla y su gente, con una resolución característica, tiene sus ojos puestos de manera firme en un nuevo día.

Fotos: ©el_floz / flickr; ©PPCC Antifa / flickr

Translated from Belfast in a black taxi: Europe’s last divided city tries to overcome its past