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Al-Sisi, el faraón que no cumple sus promesas

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Política

El presidente Al-Sisi ya tiene cuatro promesas incumplidas, o casi. El resultado es desalentador para un país del que desalojaron bruscamente a un líder elegido por las urnas, para colocar a alguien más "acorde" con la idea de democracia de intereses. ¿Está siendo peor este remedio que la enfermedad?

"En la búsqueda del final del terrorismo, Occidente vuelve a ponerse de lado; mientras, el Egipto de Al-Sisi se asemeja a una habitación cada vez más llena de gas. No sabemos cuándo se agotará el aire, pero, cuando esto suceda, bastará una chispa para hacer saltar todo. De nuevo". 

Con este párrafo tan poco alentador concluye Koert Debeuf un certero repaso de la actualidad de Egipto y de las promesas incumplidas del actual regidor de los destinos de este país, publicado en el último número del semanario Político.

Este autor, prestigioso bloguero, residente en El Cairo, y antiguo asesor de Guy Verhofstadt, en su época de primer ministro de Bélgica, conoce profundamente la realidad del país de los faraones. No en vano vivió en primera persona —a veces, incluso, los protagonizó, desde sus escritos— los agitados meses que siguieron a la caída del dictador Mubarak.

Problemas como la renovada ola de arrestos de disidentes, junto con el aumento sin precedentes de las desapariciones de personas —hasta 163 desde abril de este año, según el grupo egipcio Freedom for the Brave—, podrían deberse al estado de pánico en el que se ve inmerso el régimen. Así lo sostiene Debeuf, quien recuerda, como contraste, los altísimos porcentajes de respaldo popular que el exgeneral Al-Sisi obtuvo en los comicios tras apartar abruptamente a Mursi del sillón presidencial, casi un año antes, en julio de 2013.

Logros como el nuevo Canal de Suez, de inminente apertura, o las enormes inversiones comprometidas en Sharm el Sheik el pasado abril no consiguen apaciguar la galopante frustración que anida entre los empresarios, que pagan el doble de impuestos en menos de un año, ni entre los jóvenes, que confiesan sin tapujos en las encuestas su deseo de emigrar, a causa de los bajos salarios o las escasas oportunidades de trabajo que tienen ante sí. 

Cuatro promesas

Cuatro serían, según este bloguero, las grandes promesas incumplidas hasta ahora por el presidente, aumentando el gas de esa sala cerrada que citaba al comienzo. Si bien es cierto que eran muy ambiciosas, la situación del país no admite mucha más demora, aunque tanto los países vecinos del Golfo, como Estados Unidos, Europa y Rusia duerman algo más tranquilos con Al-Sisi en el poder y le estén permitiendo un plazo más holgado del que dejaron a Mursi, elegido democráticamente, pero menos ajustado a los estándares aceptados como democráticos por ellos. 

Quizás por eso la primera de las promesas sea la única que se ha cumplido, si bien tímidamente, pues el retorno de las inversiones y las reformas económicas son algo que siempre es visto con buenos ojos, dado que "interesan" a todos. Queda sin arreglar el regreso del turismo, puede que como consecuencia, directa o indirecta, de los otros tres compromisos aún sin zanjar, en especial, del último: la reforma del Islam, la organización democrática y la victoria contra el terrorismo, nada menos.

La revisión del Islam resultó ser un "error político", en palabras de Debeuf. El Gobierno lanzó a los estudiosos una propuesta para repensar la religión y su papel en la sociedad, que pretendía contrarrestar la influencia de los Hermanos Musulmanes. Enseguida, una televisión cogió el guante y organizó un debate televisivo, que se saldó con duros insultos y calificaciones entre los participantes, tildándose de irrespetuosos con la religión. Lo que pretendía ser un intercambio de pareceres se transformó en una reacción de encendido rechazo de la ciudadanía, que no admitía que el Corán se interpretase en la televisión. A los pocos meses, el presentador del programa resultó encarcelado. 

La democracia no acaba de organizarse, entre otras razones, porque Al-Sisi no consigue acordar una gran coalición de partidos de su rama antes de organizar unas elecciones. Los que apoyaron la caída de Mursi y el ascenso de Al-Sisi, grandes oligarcas y muchos gerifaltes del ejército egipcio —el gran foco de poder en ese país— esperan una compensación que o no llega, o llega poco y, como mínimo, quieren tener un asiento en los centros de decisión, como el Parlamento nacional.

La cuestión del terrorismo está lejísimos de arreglarse. En pocas líneas, el exasesor liberal resume un panorama aterrador, con más de 2.500 muertos entre junio de 2013 y diciembre de 2014, prisiones al 160% de ocupación, más ataques terroristas en el primer trimestre de 2015 que en todo el año anterior, ataques suicidas y enfrentamientos en la península del Sinaí. "Un Afganistán egipcio", llega a decir Debeuf.

Este escenario no hace más que confirmar las dudas que nos asaltaban sobre la legitimidad de usar el ejército para derrocar a un líder elegido democráticamente. El remedio, de momento, está siendo más duro que la enfermedad. Afirmo o pregunto, al gusto del lector.

(Leer el artículo completo aquí: http://www.politico.eu/article/cracks-in-the-pharaohs-throne-egypt-cairo-youth-movement-stability/)